7.9.09

Bela Lugosi

Como Bela Lugosi, no tengo ningún hogar. Me dirijo hacia un túnel, doblo a la izquierda, me aburro en el tránsito pesado de la autopista. Manejo por manejar. Porque no tengo ningún hogar. Lo más lejos que podré llegar será el lugar en el que estoy ahora, no hay más cerca que esto, no hay ninguna ambición, no hay otro plan. Hasta acá llegó el viaje. Y sin embargo, el automóvil no se detiene. Hago todo lo posible, piso el freno, intento tirarme por la ventana, me quedo dormido, pero siempre acabo en el mismo lugar. Solo. Con un puñado de personas, pero solo. Atado a los recuerdos, divisando el camino que nunca llega, el horizonte que se escapa, el cielo que se encapota. Solo, con mis pies, solo, con mis manos tan de mentira, solo. Con la abundancia de los días que se quedan empantanados. Desde acá, no veo ni siquiera mi capó. El telón cayó como un yunque de agua y se desparramó sobre mi cabeza, dejándome desnudo y viejo, lamentando la soledad, sin saber qué expresar, como una rata angustiada en su laberinto, sin teléfonos sonando, sin ganas de hablar, solo y alienado, extrañando. Tengo tantas cosas para hacer, tanto por delante, que no hago nada. Las opciones me paralizan. Sólo manejo por la ruta. El asfalto áspero que se mueve bajos mis pies es la única realidad. En serio, amigos, amigas, ex novias, ex amigos, familiares, parientes lejanos, compañeros de escuela, compañeros de trabajo, en serio: no hay forma de frenar. Punto aparte.

¿Tendré la suficiente valentía como para tirarme del auto, empezar a caminar campo adentro, sentarme bajo un árbol y entender que la vida es tanto pero tanto más que uno y sus penas, que uno y sus alegrías? Presiento que te debo una disculpa, Laura. Es lo que uno dice cuando no sabe bien qué decir, como yo, ahora. Me espanta sacar lo que tengo que sacar, no quiero verlo, quiero negarme, pero tiene que salir. Va a salir de alguna manera. Curiosamente, creo hoy más que nunca en la risa. Ojalá pueda reconstruir el camino, pero es tan difícil salir de la cárcel en la que nos encerramos, ¿no?. Y a Nico, a Lauro, a Omar, a Matías, a Nico, a Luis, a mamá, papá, hermana, a José, a Mario, a Matías, a Lisandro, a tantos otros, les digo: ¿por qué fingimos tanto? O por lo menos yo lo siento así. Es un misterio qué piensan los demás, cómo ven las cosas, salvo que pinten o escriban. Y ni así, miren. Me gustaría haber dicho muchas cosas que no les dije, y menos mal que no se las dije. En verdad, me gustaría haber sido como yo era realmente. Pero necesito que me quieran, mucho, y siempre sentí que nadie me iba a querer por como soy, así de pequeña es mi autoestima. Entonces me camuflaba. Y me camuflo. Hoy entiendo que soy así, con todos mis defectos, a veces un buen tipo, a veces una basura, a veces gracioso, a veces insoportable. No pienso lastimarme más con toda la idiotez social de la buena educación, de la amabilidad, etc. Pido disculpas en general, sobre todo al que podría haber sido y no fui. La vida es ordinaria, amigos, debemos darle belleza. Debemos, sobre todo, hablarnos. En silencio, hablarnos. En el baño, en un libro, en un gato, hallarnos. Prepararnos para el segundo previo a tirarnos del auto en movimiento. No veo otra salida.

Como Bela Lugosi, con una flor y con una mentira y con un sombrero, entro caminando con una bata en la sala clara. El sol está en la pared, resquebrajando el piso en paz. Alguien me da la mano y me duermo. No hay ningún hogar para mí, excepto el cuerpo. Y el cuerpo siempre se queda solo.