20.12.08

Embrujo

La noche se agolpa sobre el mundo. La noche es un remanso de sombras que caen sobre un difunto. La iglesia es un edificio apenas, recortando la vista, con el reloj como luna, con el edificio enorme tapando lo que resta. La noche calma al día y no significa nada. La noche es caminantes que nadie conoce haciendo ssssh, silencio con el dedo, silencio que la noche habla. Que la noche habla y no dice nada. La noche se maravilla de estrellas. Primero se enciende una, chiquita, lejana, luego se apagará para dejar paso a otra más cercana, y luego, ya en la oscuridad plomiza, no habrá lugares para diferencias: la estrella es siempre la misma estrella, ni abajo ni arriba, ni lejos ni cerca, simplemente estrella, multiplicándose como papel picado, una estrella que parece miles, que parece miles pero que no tienen número, ni principio, ni final. No hay luna. Las cosas se hacen un bollo en la cama de la noche. Aparecen de nuevo, con formas inusitadas. La noche es el cielo como verdaderamente es, sin la excepción de un sol cercano y generoso. La noche nos devuelve al plano correcto, aplasta el ego, nos deja vacíos si estamos vacíos, nos regocija si estamos alegres, nos deslumbra si somos poetas. Sólo los necios perturban a la noche, sólo los que le temen la quiebran con ruidos y luces de colores chillones. Le temen a la noche, y quien teme a la noche no conoce nada de la vida. La noche en el campo es la forma desconocida de la muerte, ahora, ahí, detrás del arbusto que no vemos. La noche es la paz de los que no tienen paz. La noche nunca llega sin avisar, la noche simplemente se posa sobre el cielo, como una mujer que arropa un bebé. La noche nos tiene compasión de madre porque ignoramos su secreto más hondo: que detrás del velo de la oscuridad se esconde el todo y la nada, silenciosos, infranqueables y sencillos.

8.12.08

Estaban casados y eran felices

¿Por qué pensás que dije lo que dije si yo fui muy claro cuando te dije lo que vos bien sabés que te dije y al decirlo no quise ofenderte? Si yo te hubiese dicho otra cosa, es entendible que me digas esto ahora, pero yo no te dije lo que vos decís, lo que vos decís lo inventaste y me lo estás diciendo para que yo te diga lo que no te voy a decir. Claro, me decís que en realidad dije algo pero que dije otra cosa para mis adentros, pero yo te juro que cuando te dije eso quise decir exactamente eso y no otra cosa, si te hubiese querido decir otra cosa te la habría dicho sin ningún problema, pero vos siempre dale que te dale con que en realidad me quisiste decir otra cosa y que lo dicho y no lo dicho, si al fin y al cabo lo que te dije está claro como el agua, no sé por qué interpretás algo que yo no dije, yo cuando vos me decís tal cosa te contesto algo igual a esa cosa, no salgo con decirte lo que mi abuelita me dijo que te dijera y la gran perra dijo una vez que me dijera para que vos después no te ofendas por lo que digo. La forma en que te digo las cosas no es clara, me decís, y qué querés decir con eso eh, que no digo las cosas claras, a ver por qué, explicame, decíme por qué, si cuando digo algo en el trabajo siempre todos me entienden, nadie me dice que lo que digo no se entiende, todos por el contrario me dicen "qué bien lo que dijiste", entonces no te entiendo, es decir sí entiendo lo que decís pero no comparto lo que decís, si tanto problema es lo que te dije retiro lo dicho y a otra cosa, no se habla más, mirá qué fácil, cuando yo digo basta es basta, así de sencillo, cuando digo perro es perro, no digo perro y digo vaca, digo lo que digo, y se acabó, tan difícil es de entender lo que digo para vos, ya me lo dijo una vez mi mamá, que no me metiera con vos, me lo dijo y me lo dijo, me lo repitió mil veces, y yo no le hice caso, no escuché lo que me dijo, si me lo dijiese ahora sería otra cosa, te digo en serio, y pensar que antes que te dijera lo que sencillmanente te dije pero que vos interpretaste de otra manera, éramos muy felices, nos casamos lindo, luna de miel en las Cataratas, y ahora por una oración mal dicha o malinterpretada todo lo hicimos se nos va por la borda. No, no, escuchame bien lo que te digo, no te dije que tenés que ir al borda, dije que la relación se va por la borda, entendés lo que querés, además cómo voy a decir lo del borda si el borda es para hombres, encima de decir lo que yo no dije decís cualquier cosa, no pensás, decís "mu" y yo dije "la", esto no da para más, ¿cómo puede armarse semejante escándalo por algo que no dije? Me decís que estuve desubicado, pero en realidad la desubicada sos vos, porque yo no dije eso, lo que vos me decís que dije sale de tu mente perversa, está bien que era una cena pero yo no dije nada sobre eso, vos y tu mamá interpretan cualquier cosa, y ahora resulta que llegamos a nuestra casa y me decís que dije esa barbaridad cuando en realidad yo no la dije, pero claro ahora cómo demuestro que yo dije otra cosa, no hay manera, y ya está, ya fue lo nuestro, la próxima vez no hablo y listo, o hablo pero cuando hablo digo cosas ordinarias, ni un pensamiento digo, o mejor digo lo que vos querés que diga, a ver decíme, decíme qué digo, así la próxima no hay dobles lecturas de mis dichos, o sabés qué, ahora yo voy a inventar todo lo que me decís, entonces cuando digas "vaca" yo pienso "mulas", y si pienso en "mulas" pienso en "ciervos" y si digo "ciervos" digo "cuernos" y si digo "cuernos" digo "infidelidad" y listo, cuando vea al abogado le digo mi interpretación de tus dichos y pido el divorcio, para eso están las abogados, te dicen todo clarito y te hacen firmar papeles para que después no venga cualquiera a decir que no dijiste que lo que en realidad claramente dijiste. No me digas mentiroso, porque eso me pone mal, no me lo digas más. Yo te juro que no dije lo que en realidad vos decís que dije, y aparte si lo hubiese dicho cuál es el problema, yo digo lo que quiero, mirá si vos me vas a venir a decir que yo diga lo que vos querés que diga, ya estoy grandecito como para decir lo que se me canta, así que sí, dije lo que vos decís que dije, lo dije y me la banco, y la próxima vez lo digo sin pelos en la lengua, clarito, para que lo entiendan sin vueltas todos y yo me ahorre tener que decir todo lo que te estoy diciendo ahora. Yo por ahí no digo las cosas como a vos te gusta, pero no por eso me tenés que acusar con algo que no dije. Mejor dicho, que dije pero que no era lo que había que interpretar, o por lo menos lo dije para mí, era un doble sentido, pero nunca dije eso en el sentido que vos pensás que lo dije. Ya no sé si estamos discutiendo por lo que dije que vos decís que dije, o por lo que en realidad dije y vos decís que no debería haber dicho. Como dice el dicho: "la mirada es el lenguaje del amor", por eso desde ahora propongo que en nuestras próximas charlas, si es que hay próximas, no digamos más nada, que todo sea con miradas, y listo, no voy a tener que aguantarme tus dichos, y aparte la mirada cuando dice no dice mentiras, como decía mi profesora de Lengua en la secundaria, decía muchas estupideces, pero una vez dijo esa frase que recién te dije y me quedó grabada, pobre mi profesora, que encima cada vez que decía la lección la volvía loca diciendo cosas inventadas, le decía que Borges hizo tal cosa y ella me decía que no, y yo lo decía que sí, y ella me decía que no, y entonces así nos quedábamos un rato discutiendo y yo ganaba tiempo diciendo esas mentiras para que llegara el recreo. En fin, ¿qué estaba diciendo?

7.12.08

Una palabra, dame una palabra

No tiene sentido que hablemos. ¿Cómo se comunican dos personas solitarias, que no creen en las formalidades, que disfrutan de su soledad, que sienten que las palabras no son herramientas para ocultarnos si no para revelarnos, y que cuando uno las dice deben ser bien dichas, en el sentido de usarlas para lo que han sido diseñadas, para comunicarse, que no para aislarse? Más allá del "hola" y del "chau", nunca nos sentamos a hablar, y eso que (por lo menos yo lo veo así) tenemos mucho en común. Lo sé por tus gestos, por tus costumbres, por tu gusto por los gatos y los discos de vinilo. No, nunca charlamos acerca de nada importante, pero así y todo creo que de esta manera es nuestra relación, nuestra pequeña relación. Si yo me enamorara de vos, o si yo intentara crear una amistad (aunque, estoy seguro, esto que tenemos es amistad, una amistad sin palabras), entonces ya no seríamos nada, se acabaría nuestra relación, que es ahora tan perfecta, tan callada, tan distante y sin embargo tan cercana y tan verdadera. A pesar que vivís en el departamento de al lado, que pasan muchos días y no sé nada de vos, nuestra relación se basa en los encuentros que no son, en lo no dicho. ¿Cómo podría ser de otra manera? Vos sos callada, tímida, eso dicen. Bah, me imagino que eso dicen, porque eso dicen de mí y nosotros somos muy parecidos. Ya sé, no sos callada ni tímida, simplemente estás contenta con vos misma y no le tenés miedo a la soledad. Pero al ser vos así y yo también ser así, ¿cómo podríamos comunicarnos de otra manera? La gente en nuestro edificio grita cuando habla, insulta, se pelea, y la mayoría de las veces dicen huevadas. La vecina del otro lado tiene unas amigas que la visitan de tanto en tanto. Nunca dicen nada, a pesar de charlar como cotorras, y sospecho que a ninguna le interesa en verdad la vida de las otras. En cambio, de tu lado nunca escucho ningún grito, a veces música, pero nada más. Y música muy linda y suena muy despacito. Nunca te oigo reírte a carcajadas, y es otra cosa que me llama la atención. En el edificio, vos lo sabrás, pero también en mi trabajo y en casi cualquier ámbito, mucha gente se ríe a carcajadas, como para que los otros escuchemos cómo se ríen. Nunca tuve ni pude ver de lejos una reunión de gente sin que nadie se riera, salvo que estuvieran planeando un asalto o un atentado. ¿Por qué esa necesidad de reírse en cada oración? ¿Será que muchos son "tímidos y callados" pero no se animan a admitirlo? ¿Cuándo aprendemos a falsear la sonrisa? Sabés qué, para mí en ese momento empezamos a morir, cuando simulamos nuestra sonrisa. ¿Cuándo nos acostumbramos a las palabras falsas, hasta el punto de no diferenciarlas de las reales? Muchas veces estoy en cumpleaños, en casamientos, en fiestas en general, y me veo forzado a mentir y a mentirme, que es lo más doloroso. A veces siento ganas de salir corriendo. ¿Por qué nos tenemos tanto miedo, por qué nos ponemos tantas barreras? La gente conoce a mucha gente, y cuanta más gente conoce alguien es mejor visto. Eso me lo dijo una vez una persona. En realidad no me lo dijo a mí, escuché que se lo decía a otro, y se lo decía no como algo malo, sino como una especie de consejo. A mí me resultó un espanto. Tengo dos amigos, y siempre nos reunimos por separado. Hablamos, a veces. Callamos, a veces. No importa. Como pasa con vos, como pasa con los gatos, que se entienden mirándose, que no falsean sus impulsos. Tengo un gato naranja (a vos te gusta muchísimo), que cuando llega alguien a mi departamento o le huye, se le paran los pelos, se esconde, se aleja, y luego se queda solo, tranquilo, durmiendo, o es mimoso, ronronea, duerme en tu falda. No sé en qué se basa para que alguien le caiga bien o mal (vos le caés muy bien), pero a mí me basta con saber que a él no le gusta cierta persona, porque sé que no se miente y sé que no se miente porque no tiene necesidad de hacerlo. Cuando hay reuniones grandes, mi gato se esconde y no logro encontrarlo hasta que se van todos. Hay un gato callejero que todos los días se sienta en la terraza del edificio de enfrente y mira a mi gato. Y mi gato lo mira. No se maúllan, nada. Se miran. Lo hacen todos los días, a la misma hora. Si se conocieran más de cerca, quizás se pelearían, se rasguñarían y se lastimarían. Pero ambos saben que de esta manera es como mejor pueden llevarse, cada uno en su lugar, solos, tranquilos, respirando el aire nocturno desde el balcón y la terraza. Así se me hace que es nuestra relación. A veces me siento tentado de tocarte el timbre, invitarte unos mates y ponernos a charlar sobre no sé, tu trabajo, tus cosas, tu música, tu… pero sería todo tan forzado, y con vos no es así, con vos es todo chiquito, irreal, insignificante, hermoso, como esa nena que nos gustaba en el jardín de infantes a la que nunca le dijimos nada pero que extrañamente recordamos con enorme cariño. Me da un poco de vergüenza decirte esto (¿ves? Incluso entre nosotros existe el miedo al juicio negativo del otro), pero durante la secundaría, tendría yo doce o trece años, estuve mucho tiempo enamorado de una chica dos años más grande a la que nunca le dije nada. Pero nada de nada. Creo que sólo una vez cruzamos un “qué hora es” de parte de ella (imagináte, fue un día felicísimo ése), pero lo otro eran miradas. Ahora que lo pienso con el cinismo que dan los años, es muy probable que la chica ni me registrara, pero en ese entonces estaba convencido que las miradas eran correspondidas. La miraba descaradamente, a los ojos, de lejitos, y con eso pretendía decirle todo lo que no me animaba a poner en palabras. Vivía en tal fantasía que estaba convencido que era mi novia. Con un amigo me refería a ella como “mi novia”. Hasta le mandé una carta de forma anónima, que nunca supe si recibió o no. Con palabras formadas por letras recortadas del diario, decía esto: “dedicado a Dios y los elementos”. No sé por qué puse eso, lo habré leído en algún lado. Puse eso por poner algo nomás. ¿Podría haberle declarado mi amor? Seguramente, pero en el fondo sabía que la relación era así, distante, platónica, si querés decirle así. Nunca se cruzó por mi cabeza hablarle, decirle cuánto la quería, eso significaba el quiebre del amor, el fin del hechizo, las palabras del científico que desencantan el acto de magia. Sin embargo, a pesar de todo esto que te cuento, a mí me gusta hablar, me gustan las palabras, no soy nada tímido. Es más, detesto la timidez, me parece un acto de cobardía, y te juro que en ninguna de mis actitudes hay cobardía, que todos mis actos son así porque yo quiero que sean así, porque descubrí hace algún tiempo que es imposible ser quien no soy, que me da un miedo atroz caer en la espiral de las palabras falsas, que me parece un gesto de dignidad y de rebeldía asquearte frente a las oraciones hechas, frente a los lugares comunes. Para conseguir mi primera novia tuve que fingir mucho, tuve que hacerme pasar por quien no era, tuve que caerle bien a gente que no me interesaba. Duró dos meses ese noviazgo. Estuve deprimido tres años. Bah, “deprimido” no, triste, pensando en ella. Pero la angustia fue cediendo, hasta que un día, tomando algo con un amigo en un bar, le dije: “no voy a fingir más en mi vida, así soy yo, prefiero que me quieran dos personas pero que me quieran con mis defectos, con mis miserias, con mis frustraciones y obsesiones, que me quieran en mi soledad, antes que me quieran muchos pero superficialmente”. Mi amigo hizo un silencio, se terminó de tomar la cerveza y no dijo nada. Yo tampoco dije nada. Nos quedamos mirando por la ventana, tranquilos, como si los dos fuésemos uno, cómodos como en el seno materno, sin distancias, sin buenos modales, sin mentiras, sin falsedades, como pasa en la verdadera amistad. Dos siendo uno.

29.11.08

La vida es un círculo, cuadrado

Chucky pisa un papel, se resbala y cae de espalda sobre el asfalto mojado, un colectivo que viene silbando smog no lo ve y le pisa la cabeza. El colectivero, aterrorizado, grita en el medio de la calle. Se imagina: la mirada de los vecinos, los reproches de su esposa, el juicio, quizás la cárcel. En las semanas siguientes, entra en una profunda depresión. Intenta suicidarse. Sólo se quiebra la columna. Su esposa le pide el divorcio. En el hospital, un médico lo anestesia sin saber que el colectivero posee una rara alergia al propofol, que lo mata. El anestesista es despedido. Entra en una profunda depresión. Se replantea su vida. Se va a vivir a Perú. En Perú conoce al amor de su vida, Ana. Se casa y tiene dos hijos con ella. Empieza, de a poco, a dedicarse nuevamente a la anestesiología. Al cabo de dos años, ha ganado mucho dinero. Conoce a Julia. Hermosa. Se enamora. Ana los descubre una noche. De un cuchillazo mata a su esposo. Julia se esconde en un rincón del dormitorio, aterrorizada. Agarra un florero y se lo parte en la cabeza a Ana. Se va corriendo, desnuda. Un vagabundo la ve. En la calle no hay nadie. Julia le dice al vagabundo que llame a la policía, pero el vagabundo la amenaza con un cuchillo, la lleva a la esquina y la viola. La policía arresta al vagabundo. En una cárcel de Lima conoce a Martín, una mula argentina detenida en Perú por posesión de cocaína con intención de venta. Martín y el vagabundo se hacen amigos. Luego de cinco años, Martín es liberado y vuelve a su país. Se reencuentra con su familia, comen el domingo un pollo a la parrilla. Felicidad. Martín muere atragantado. Su madre llora desconsolada, entra en una profunda depresión, se encierra en su casa, sola, a oscuras, no sale durante días. Escape de gas. Muere. La encuentra tendida sobre la cama, boca abierta, ridícula en su vestido desteñido floreado, el mellizo de Martín, que sufre de epilepsia. Dos días después le agarra un ataque de epilepsia mientras cruza la calle. Pasa un colectivo y le pisa la cabeza. El colectivero grita, desesperado. Depresión, divorcio, suicidio, hospital, error, muerte. El anestesista viaja a Uruguay, se oculta de la Justicia, pasan los años, la conciencia ya no molesta, empieza una nueva vida, pesca un gran pez en La Paloma, riquísimo, frito, lo come. Espina. Se queda mudo, no muere. Se pone de novio con una chica ciega. Ciega ella y él mudo, son felices aproximadamente durante dos meses. Al tercer mes, tienen siameses. Los deben separar. Uno morirá. Mueren los dos. Hay crisis en la pareja. Una noche, el anestesita se escapa, la deja sola a la ciega, a su amor, a su pata coja. Tres segundos. En el primero, siente que la extrañará. En el segundo, se siente feliz de ser mudo. En el tercero, una maceta le rompe la cabeza. La señora estaba limpiando, no se dio cuenta. Era una hermosa azalea, se la había regalado su hermano, hace unos cuantos años. La señora se esconde, no dice nada, ni siquiera sabe que acaba de matar al anestesista. Al otro día sale de vacaciones (un tour por Perú) y no quiere que nadie la moleste. Duerme como siempre, desayuna como siempre, hace el equipaje, se toma un taxi, luego el avión. En Perú el viaje empieza mal: la roban antes de llegar al hotel. El ladrón es el vagabundo violador, que acaba de salir de la prisión. Escapa con todo el equipaje de la señora. Con los dólares que encuentra en una de las valijas vive tranquilo, sin sobresaltos. Sin embargo, la gente lo mira raro, no puedo escuchar música, ni ver películas, porque se siente culpable por todo, porque siente que todos los señalan, se tortura, se marea, decide robar. Robar y violar. A una turista. La turista queda embarazada. Quiere suicidarse. Quiere arrancarse al bebé. Se convierte al evangelismo y decide tenerlo. Es una bendición. De Perú viaja a su país, México. De México a Estados Unidos, como inmigrante ilegal, con su hijo bastardo. Le pone Chuck. En la escuela los amigos le dicen Chucky. A los quince, Chucky es un drogadicto consumado. Probó: marihuana, éxtasis, cocaína, LSD, heroína, metadona, ketamina, anfetaminas. Se enamora de Karina, una chica argentina. Se muda con ella, a Buenos Aires. Se drogan seis días a la semana. El séptimo descansan. Una noche caliente de Diciembre, Chucky descubre a Karina con otro. Se larga a llorar como un nene, la insulta en inglés y en castellano, golpea la puerta y se va. Al cruzar la calle, pisa una bolsa, se resbala y un colectivo le pisa la cabeza.

20.11.08

Miedo a la vida

La ciudad no tiene fin. Es un laberinto de autos, de pedazos de baldosas rotas, un conglomerado que sirve para que la gente gane más dinero y viva peor. Es el miedo a la vida. No hay otra cosa. Nada nos ata a la ciudad sin fin. Estoy en una calle cualquiera, entre dos calles cualquiera, camino dos cuadras y de nuevo en el mismo lugar. ¿Dónde está el comienzo? ¿Dónde el horizonte? Me subo a la terraza y un edificio me ha tapado el sol de las mañanas. Los días cesaron de comenzar. En la ciudad hay: charcos sucios que se agolpan contra los cordones de las veredas, pequeñas peleas entre novios, negocios que venden productos a ofertas inmejorables, hay ruido de bocina, hay silencio de charla, hay miles de personas iguales a otras miles de personas, hay remeras de colores, hay anteojos y maletines, hay colectivos monstruosos que devoran pasajeros, hay semáforos aburridos, hay tazas de café besándose con las cucharitas, hay gordos que esconden la panza, monedas que se caen al asfalto, hay edificios de caras borradas, hay luces que nunca se encienden, hay taxis y taxis y taxis y taxis y taxis y taxis, hay un guardia de seguridad que cuida enormes cantidades de dinero que no son suyas, hay una plaza de árboles ignorados, hay un perro vagabundo que se está muriendo de hambre, hay unas palomas inflando el pecho sobre el poste de luz, hay un viejo sucio comiendo arroz, hay un nene que le roba un celular a una señora, hay otro nene que mira por el balcón la infinita cascada de autos, hay una prostituta en la plaza esperando que se haga de noche, hay un papel de caramelo que es pisoteado por una moto, hay tachos de basura rotos, hay un colectivero que insulta a otro colectivo que a su vez insulta a su esposa que a su vez le pega un chirlo a su hijo que a su vez llora en silencio y carga al vizco de su clase, hay Bancos con las puertas cerradas, hay una vieja tirada en el suelo y unas señores comiendo ensaladas a su lado, hay postales a dos pesos, hay una estampita en la mano de una nena, hay amigos tomando cerveza, y hay tantas cosas más que nadie mira de tan acostumbrados que estamos, porque son las mismas cosas que todos los días aparecen en los mismos lugares en la ciudad sin fin, nada se modifica, todo es cíclico, como en el infierno, no hay manera de salir una vez que uno se ha atado a la ciudad. Para salir de la ciudad hay que seguir las siguientes instrucciones: tomar un micro de larga distancia, al destino que usted quiera, con un mínimo de 150 kilómetros de distancia, sentarse, observar (ahora sí) el horizonte, olvidarse que existen los autos, tomar una bicicleta, salir a pasear, ir al mar o al río, o a la montaña, dejar de tenerle miedo a la vida, dejar de vivir amontonados como palomas en un palomar, arriesgarse, jugarse, porque, al fin y al cabo, es ése uno de los actos de rebeldía más accesibles e inmediatos que podemos implementar. Estamos acá porque somos herramientras útiles para generar ganancias. Vayamos lejos, hay mucha tierra. Empecemos de vuelta. Donde no hay cárteles con publicidades. Ahí, lejos, donde los problemas existen, donde el hambre existe, pero donde la existencia cobra su dimensión verdadera. En las mañanas tendremos el horizonte, tendremos una brújula en el cielo y jamás nos perderemos.

5.11.08

Condenados

El abogado se acomoda la corbata, pone su mejor cara de hombre civilizado y dice: "a los violadores hay que castrarlos". En el centro de la ciudad un hombre cualquiera, que no es abogado, que es un simple empleado, que está solo, que está tan solo, que está sólo porque no puede comunicarse, lo intenta, lo intenta, siempre, lo vuelve a intentar, no puede comunicarse (el departamento está sucio). Cuando se abre a los demás, se le cierran las puertas. No sabe hablarle a la gente, pero los quiere, se asoma por la ventana, ve a la secretaria, a la adolescente, y las quiere, pero todos lo ignoran (y el departamento está sucio). Nada cambiará en su vida, jamá nadie golpeará a su puerta y lo saludará, fatalmente se da cuenta de eso. Nada cambiará, siempre igual, siempre seguro. Para otros, es un alivio. Para él, un tormento. Todos los días encerrado en el departamento (sucio). Todos los días mirando televisión hasta que se le cierran los ojos, todos los días masturbándose mirando las revistas, todos los días la angustia de querer que alguien lo quiera. Piensa: ¿por qué nos atamos tanto? ¿Tanto nos cuesta hablarnos, mirarnos, tocarnos? Observa con odio cómo a muchos les resulta tan fácil comunicarse y amarse y adorarse. Son chicos y chicas lindas, agradables, bien vestidos, sonríen bien, están bien peinados, son buenos, se les nota, son buenos chicos, van al gimnasio, todo el mundo los quiere, quién no los va a querer. Es tan fácil todo para ellos. Pero para él, para el hombre del departamento sucio, no hay nada más complejo que comunicarse. Las barreras que le ponen los demás lo horrorizan. Nadie lo quiere como es, porque es una persona despreciable, y él simplemente no puede cambiar. Ya se dio cuenta de eso. La vida lo fue llevando por ese camino, casi sin querer, sin darse cuenta, y ahora es grande y no puede cambiar. ¿Qué hacer? Sin embargo, en su trabajo conoce a una mujer distinta. En verdad, no la conoce, simplemente la ve, todos los días la ve, casi que no puede dejar de mirarla. Al principio era una más, pero una vez le sonrió y eso bastó para que él la transformara en una obsesión. Nunca le habló. Soñaba con ella, vivía por ella, se masturbaba pensando en ella. Una noche, la siguió. Estaba hermosa, nunca había visto una mujer tan hermosa. Las tetas grandes y perfectas, la cola marcada por la calza (seguramente va al gimnasio, sí, seguro). Le dio asco su departamento sucio. Esa noche la cabeza le explotó. Todo giraba, lo prohibido lo excitaba, lo sacaba de la rutina, lo prohibido lo hacía amar la vida, lo volvía a la niñez, a la novedad de la vida, lo prohibido, lo inútil, lo sin sentido, el amor, la unión, la violencia, el dolor, el parto, la madre, la vida, la propiedad, la mujer. Al otro día salió decidido. Después del trabajo, la siguió unas cuadras, y en un rincón oscuro de la ciudad la golpeó y la violó. Se sintió triste y más vacío que antes cuando se tuvo que ir corriendo por los gritos de ella, sin poder decirle cuánto la amaba. El abogado, que ama a su mujer y a sus hijos, dice que no puede ser que los criminales entren por una puerta y salgan por la otra, que no podemos dejar libre a una persona que probablemente va a cometer otro crimen, que hay mantenerla presa por las dudas, condenada para siempre. El abogado dice eso, dice eso y no comprende, y no comprende y al no comprender ignora, y al ignorar odia, y al odiar nos separa, nos confunde, nos asesine. Luego regresa su cárcel con forma de chalet (y el chalet está muy limpio).

27.10.08

Sonata de amor para una madre

Canta el niño: "oh, madre, tanto me has querido que me has arruinado, todo tu amor me ha quebrado la voluntad, tu amor parte del miedo, tu amor es irreal, tu amor asfixia, madre, tu amor. Tan cobijado he estado del mundo exterior que no entiendo la vida. ¿Cómo puede amar quien no comprende? ¿Cómo puedo ver más allá del vestido de mi madre, que es todo el cielo oscuro que cubre el cielo real? Mira este cuchillo, madre, si no me dejas partir he de matarte, he de desangrarte hasta liberarme, madre, oh madre, yo no quiero verte morir pero debes dejarme partir, debes hacerte a un lado, debes desaparecer, debes dejar de ser madre y buscarte tu propio destino. Negarte, madre, es darme nacimiento. Yo no creo, lo sabés, en los ancianos que parecen que nunca fueron jóvenes, pero tampoco confío, madre, en los jóvenes que creen que nunca serán viejos. Todos los seres viven en mí, todos los tiempos pugnan en mí, todos brotan y quieren partir, atravesar muros, vivir en montañas, pero es necesario que tú me dejes crecer, que veas, que entiendas, que querer no es poseer, que preocuparse y sufrir no es amar, que la ausencia no es olvido. Yo no creo en religiones, banderas, ni razonamientos bien fundados, y sé, madre, que aunque un hijo niegue a su madre no puede evitar parecerse y atarse a ella; yo, por eso, no te niego, madre, te asesino con este cuchillo desafilado, a plena luz del día, en la vereda soleada si es preciso, porque lo mío no es miedo, no es negación, es apertura. Oh, madre, ya no quiero que seas mi madre, me lo pide el cuerpo, me lo piden mis sueños, me lo pide la necesidad, el hambre y el frío, y me lo piden los ojos bien abiertos, los ojos que ven a los otros, los otros que se funden en mis ojos, madre, quizás un día lo entiendas: todos somos madres, padres e hijos, todos hermanos, todos primos, sólo es cuestión de casualidad que me hayas criado y que yo te salude por las mañanas. Todos mis hermanos, todos mis padres, cualquiera mi madre, mi amada, mi estrella, mi serpiente querida, todos. No hay mal en este mundo, madre, sólo hay olvido y aburrimiento. Yo no te olvido ni me aburro, no me hagas caer en el tedio, madre, porque el tedio es la muerte en vida, es la atadura permanente. Sólo dejame partir, irme, quizás te extrañe, quizás retorne a pedirte ayuda en los primeros momentos, pero algún día sabré, madre, que quien resigna libertad por un poco de seguridad no consigue ni lo uno ni lo otro. Debo romper con tu cobijo de madre triste, debo romper con las enseñanzas del colegio y debo golpear mi cabeza contra el barro hasta moldearme de nuevo, pero sólo para ser el mismo. Nunca cambiaré, simplemente me revelaré. Ah, madrecita, pobre madrecita, consumiste tu vida en mí y pusiste tus esperanzas y pensaste que eso era amor, un amor inconmensurable, pero debes saber, madre, que no existe tal cosa como el amor incomensurable: todo amor es amor por ser mensurable, porque lo incomprendible no puede amarse, todo amor es humano, limitado, contradictorio, eterno en su fugacidad. El hombre es dialéctica pura, y así como te amé ahora te rechazo para siempre, y quizás mañana, tú en la cama apenas separada por un biombo con la muerte, y quizás pasado mañana, yo, con las manos ya limpias, nos encontremos en esa mirada del Hombre frente al Abismo, porque allí (no caben dudas, madre) todos somos hermanos, más hermanos que nunca de la vida".

17.10.08

El hombre de la bolsa

¿Por qué existe el señor Barriga? Está el Chavo del 8, el niño desclasado y huérfano; está Don Ramón, el obrero empobrecido; está la Chilindrina, la nena caprichosa de clase baja; está doña Florinda, señora de clase media con aires de clase alta; está Quico, el hijo malcriado y egoísta, futuro abogado o médico; está Doña Clotilde, la Bruja del 71, la jubilada testigo de tiempos mejores; está el profesor Jirafales, el señor culto que viene de afuera y trae el romanticismo a la vecindad; y está el señor Barriga, que es el señor que cobra la renta, y que tiene un hijo muy pero muy gordo, haciendo honor al apellido de su padre. Porque el señor Barriga tiene mucha barriga, como su hijo, y tiene mucha barriga porque come mucho, y come mucho porque tiene plata, no como el Chavo, que tiene que sufrir incontables desaventuras para comer una torta de jamón. El señor Barriga, en cambio, tiene mucha plata y puede comer mucho y tener mucha barriga. Su hijo, lo mismo. Don Ramón muchas veces no puede pagarle, y el señor Barriga amenaza con echarlo y dejarlo sin hogar. Don Ramón hace changas y le pagan por su trabajo; cuando no trabaja, no tiene dinero. El señor Barriga, en cambio, no trabaja, es decir no genera producción, sólo recolecta la renta, y por eso también es que tiene tanta barriga. Es un parásito. Simplemente golpea las puertas de los vecinos, y los vecinos le pagan sin chistar, por lo menos los que pueden pagarle y se sienten orgullosos de hacerlo, como la tilinga de doña Florinda. Porque hemos sido educados para aprender esta regla básica: no es robado aquél que se deja robar. Si yo entrego mi dinero, y pienso que hacerlo es un acto de libertad, entonces no es robo, es una obligación y un derecho. Este giro, este idea que está patas para arriba, nos la inculcan desde pequeños, y es casi como el aire que respiramos: no podamos negarla sin ahogarnos. No obstante, lo cierto es que el señor Barriga es un ladrón, un parásito que no sólo es innecesario, si no que es perjudicial. El señor Barriga junta dinero, lo acumula, pero no produce, es un pirata civilizado, roba sin ser llamado ladrón (lo llaman señor y lo respetan). La farsa producida por este quiebre entre la realidad y nuestra idea de las cosas conduce a un conflicto inevitable: el señor Barriga acumula tanto y hace tan poco, empobreciendo a los don Ramón, que ya no sabe qué hacer con su dinero. Más comida no puede meter en su panza. Y además se da cuenta que de poco sirve tener tanto dinero si ese dinero no trabaja para uno. Entonces el señor Barriga invierte, compra (digamos) otros departamentos en otras vecindades y estafa legalmente a otros don Ramón. Pero, oh paradoja, eso le genera más dinero. ¿Qué hacer entonces? Al señor Barriga se le ocurre una idea genial: le presta la plata a don Ramón. Es una idea tan retorcida como la propiedad privada: don Barriga le roba la plata a don Ramón y después se la presta, con intereses. Es decir, le roba dos veces. Y el pobre don Ramón toma el préstamo porque necesita, además de pagar la renta, comprar su comida, pagarle las necesidades a su hija. En fin, necesita sobrevivir. Y el señor Barriga le presta. Pero, oh problema, un día el señor Barriga descubre que estrujó tanto la capacidad de ingreso de don Ramón que éste ya no puede pagarle el préstamo. El señor Barriga entra en pánico. El dinero que prestó a los don Ramón ya no existe. Entonces le aumenta la renta a todos, se vuelve paranoico, no presta más dinero, enloquece, llora, amenaza, patalea, hasta que al fin recibe una noticia tranquilizadora: don Ramón, doña Florinda, el profesor Jirafales, e incluso Quico y el Chavo del ocho le pagarán las deudas que contrajo por prestar el dinero. Y así la vecindad del Chavo volverá a ser feliz, y el señor Barriga podrá cobrar su renta, don Ramón sufrirá los golpes de doña Florinda y los embates amorosos de doña Clotilde. Claro, el pobre don Ramón seguirá pobre, probablemente cada vez más pobre, y el señor Barriga cada vez más rico y más tirano y más gordo. Y el Chavo, bueno, mejor ni pensemos sobre el futuro del Chavo. La pregunta es: ¿por qué todos en la vecindad toleran que un señor gordo les robe? ¿Es porque tiene traje? ¿O es porque el aparato estatal lo avala? Los piratas nos gobiernan. Algún día, y ojalá que ese día no llegue demasiado tarde, el señor Barriga quedará desnudo en su inutilidad y con su parche en el ojo otra vez reluciente.

14.10.08

El infierno es la mirada de los otros

Hola ¿cómo estás?, te pregunta el vecino por preguntar, y vos decís que bien, todo bien, porque, claro, si le decís que mal todo mal entonces eso inicia una charla que es en realidad una farsa, como farsa fue la pregunta inicial. En cambio, vos decís bien todo bien y ya está, el vecino no tiene que simular que se preocupa falsamente por lo que te pasa. Vos creés que él dice ah menos mal que a este chico le va bien, qué alegría, pero en realidad al vecino poco le importa cómo estás y a vos poco te importa lo que el vecino piense sobre tu estado de ánimo. Entonces decís que bien, que está todo bien, a lo sumo largás un ¿y usted?, y él te va a decir que bien también, por suerte, o si es creyente gracias a Dios; y vos pensás que menos mal que te dijo que estaba bien, porque si te dice que está mal entonces ahí vos le tenés que preguntar qué le pasa, y en realidad qué te importa qué le pasa, vos querés seguir de largo, llegar a tu casa, sacarte los zapatos, prender el televisor y que el mundo se prenda fuego; pero supongamos que te dice que está mal, ahí nomás se larga a hablar de su ex esposa y de su cuñada, y de que a la madre la operaron de la vesícula y que el padre, que en paz descanse, una vez de chico lo llevó a un circo y él desde ahí que le tiene miedo a los payasos... la charla puede derivar para cualquier lado; y lo peor: la próxima vez que te lo cruces, no sólo vas a tener que preguntarle cómo está aunque te importe un carajo cómo está, si no que le vas a tener que preguntar de nuevo por todos sus problemas, y él muy probablemente te cuente todas las novedades, o en el mejor de los casos esté apurado y te largue un salvador todo bien, aunque sabés que todo mal; y entonces sí, a partir de ahí la relación se recompone en el típico cómo estás, bien, todo bien, ¿y usted?, bien, todo bien. Porque, claro, es de mala educación no preguntar cómo está el otro, a ver si el otro sospecha que en realidad nos importa poco y nada (y más nada que poco) su miserable vida. ¡No! Hay que simular. Aunque, en el fondo, sabemos que el vecino sabe que vos pensás lo que pensás y que le preguntás cómo está por cortesía; y lo sabe porque él hace lo mismo y se pone diariamente en la misma situación repetidas veces. Ascensor. Pasa el encargado del edificio. Hola, cómo va. Bien. Chau, listo. Uno se sube al ascensor sintiéndose un ser civilizado. Querés que el otro piense: este tipo es un tipo amable, se preocupa por mí, un simple encargado. Pero el encargado no piensa eso, hace que lo piensa. Y así, en resumidas cuentas, uno vive la vida, haciendo como que dice lo que piensa pero en realidad lo que dice lo dice para quedar bien con el otro, aunque en el fondo el otro le importa un comino a uno, y al otro uno le importa un comino. ¡Pero simulemos, que al fin y al cabo todas las relaciones sociales son simulaciones! ¡La sociedad misma es una farsa! Todos hacemos como que el Estado nos protege, y decimos que creemos en las Leyes y en la Democracia, pero en realidad nadie cree en nada, y el Estado sabe que sus intereses son otros pero también simula porque de otra manera la credibilidad se caería y ya no seríamos seres civilizados. Por eso es tan importante que siempre que te cruces con alguien aunque sea le digas hola, y si te lo cruzás dos veces un ¿cómo estás? no viene mal. De última, ¿para qué están los psicólogos? A ellos les importa cómo está uno verdaderamente, y no les importa que a uno le importe un carajo cómo están ellos, que para eso se les paga, qué tanto. Quizás en el futuro a partir de tu amable ¿cómo estás? construyas varias amistades, amistades basadas en la mentira, basadas en la mentira como la sociedad toda; y tal vez, de tan amable y civilizado que sos, tu familia te quiera y tu esposa te quiera y tus compañeros del trabajo te quieran e incluso el noticiero de las siete de la tarde hable de vos y te ponga como parámetro a seguir. Sí, así de importante podés ser por sólo interesarte en los demás, interesarte como quien se interesa por los pobres con la caridad y dona lo que le sobra. Después, bueno, todo no se puede, pero después te vas a dar cuenta que en realidad montaste toda tu vida en una farsa, y que ni a tu esposa ni al noticiero le importa cómo estás, que sólo simulan como vos simulás, y que adentro de tu cuerpo se tejieron telarañas insondables, que ya ni vos te conocés de tanto mentir y de tanto mentirte, y así recurrís al psicólogo y no te sirve, de nada te sirve, porque en realidad sos tan amable que no tenés problemas, qué drama vas a tener vos, flor de tipo que sos, y entonces hacés lo que siempre hiciste: como mentís al preguntar ¿cómo estás?, del mismo modo te mentís y te inventás problemas que en realidad no tenés, para ponerle un poco de pimienta a tu vida vacía y falsa, te inventás problemas y hasta una enfermedad, la depresión, decís que estás deprimido, pobrecito yo, y te apiadás de vos y todos hacen que se apiadan de vos, y así llegás a viejo y a sentir a la muerte en los talones y a tenerle tanto pero tanto miedo al fin. Porque la muerte es real, allí no hay más farsa, estás solo, realmente solo, como siempre, pero ahora no hay caretas, no hay un ¿cómo estás? todo bien que salve, porque la muerte no responde, es silenciosa y cruel. Una maleducada, al fin y al cabo.

10.10.08

Maestro

Nunca lo conocí personalmente, así que no puedo contar pintorescas anécdotas personales. Al fin y al cabo, ¿qué significa eso de "conocer personalmente" a alguien? Yo a Nicolás Casullo lo conocí, de lejos, pero muy de cerca, como muchos estudiantes de la UBA, en la hermosa Cátedra que tenía (tiene y tendrá). La Cátedra Casullo de Principales Corrientes del Pensamiento Contemporáneo. Chupáte esa mandarina. Nada que ver con nada. Y todo que ver con todo. Si algo aprendí en mi vida, se lo debo en gran parte a Casullo. Él, claro, nunca lo supo, pero creo que lo sospechaba. Sospechaba que en las inmensas clases teóricas, repletas de alumnos que a medida que avanzaba el año dejaban de ir al no ser obligatoria la presencia (la Cátedra era como Casullo, y a Casullo le importaba la verdadera libertad), había un puñado de estudiantes que lo escuchaban por el simple placer de escucharlo, para aprender, no para rendir bien y para que los padres y los tíos los felicitaran, si no porque lo que escuchaban era importante, transcendía el estudio de una carrera, y modificaba sus vidas irremediablemente. Casullo y sus profesores (los igualmente admirables Forster y Kauffman) cuando hablaban de Niestzche, de Marx, de Hegel, de la Modernidad en general, lo hacían con semejante pasión, con semejante lucidez, que uno no podía si no replantearse su modo de ver las cosas y salir de la clase siendo una mejor persona, una persona revelada. Sus clases de filosofía estaban de la mano de la realidad, de lo que nos pasa todos los días, no era un filósofo en su torre de cristal pensando abstracciones bellas. Todo lo contrario. Casullo era todo lo contrario a eso. Un tipo profundamente convencido de que el mundo se podía empezar a cambiar desde el aula de una Universidad. Casullo era más que un catedrático, que un profesor: era un sabio. Casullo llegaba al aula y se sentaba, diminuto, con su aspecto de Geppetto, y colocaba un frasco en la mesa enclenque y lo destapaba: las ideas de los grandes filósofos del siglo XX salían despedidas con todo su poder, con toda su brillantez. A mí me sorprendió que personas tan brillantes fueran mis contemporáneos, que vivieran en la misma ciudad que vivía yo, que respiraran mi aire. Casullo toda su vida fue un rebelde, un verdadero y profundo rebelde, quizás sin proponérselo. Un tipo a contrapelo de la sociedad e incluso de una facultad y de una juventud desinteresada. Casullo hablaba de Heidegger y de la música rock con la misma pasión, y también hablaba de las ciudades, de las terribles y laberínticas ciudades, de la infernal Buenos Aires, como cierta vez dijo (lo recuerdo bien): "estamos atrapados en esta facultad inmensa y fría en una ciudad repleta de gente anónima"; dijo eso y miró el techo altísimo de la inmensa aula. Así era Casullo: te ponía la realidad frente a la nariz, te despertaba del letargo, te sacudía sólo con sus palabras. Para mí, en esa época, era como un superhéroe: un día lo pesqué yéndose en su auto junto a Forster y para mí fue como para mi tía ver a un famoso de la tele saliendo del teatro. Así lo admiraba y así lo admiro, y con la misma devoción sigo y seguiré leyendo su libro "Itinerarios de la Modernidad", que tengo fotocopiado y anillado en mi mesita de luz, a mano por si alguna vez me asalta el fantasma de la duda y la pena. Pido perdón por estas torpes y poco poéticas palabras, que seguramente a nadie dicen nada. Es que Casullo murió ayer, de golpe, de la nada, y yo me sentí un poco más solo en el mundo. Adiós, maestro.

8.10.08

La fascinación perdida

Anoche no me podía dormir pensando en el cine de mi pueblo. No era nostalgia, era ardiente curiosidad, ganas de saber quién había levantado semejante teatro, semejante mastodonte cinematográfico, en un pueblo de treinta mil habitantes, quizás menos todavía cuando se construyó, y que hoy duerme angustiado, lleno de telarañas y murciélagos, impertérrito, ajeno, hermoso, solo; y por otro lado, eran nervios, picazón por las ganas pero más que por las ganas por la necesidad de hacer algo, restaurarlo, ponerle mejor sonido, respetar su estilo pero pulirlo, dejarlo a nuevo, para que luego nadie vaya, para que luego me quede solo en la entrada, agradeciendo a los pocos valientes que entren y prefieran pagar un poco más elevado para ver el último blockbuster antes que alquilarlo en un DVD trucho. Me duele el cine de mi pueblo. Fue de repente. Siempre estuvo ahí, muchas veces, cuando voy a mi pueblo, paso por ahí y lo veo (está cerrado, callado), pero recién ahora me doy cuenta que alguien lo construyó y que lo construyó porque iba mucha gente, y es un cine hermoso, digno, teatral, de esos que ya ni siquiera existen en Buenos Aires. Me angustiaba de pensar cuánto tardarían en tirarlo abajo; me angustiaba y no me dejaba dormir. Yo mismo, de chico, fui varias veces al cine de mi pueblo, y fue mi primer contacto directo con el cine, más allá del VHS. Las butacas son de madera, incómodas, pero son muchas, y hay un segundo piso incluso (cuando se estrenó Titanic lo tuvieron que habilitar de la cantidad de gente que iba; fue el último momento glorioso de la sala), a los costados hay como balcones, pequeños receptáculos en los que entran cuatro sillas. Cuando era chico sentarse allí era un lujo, y desde ahí allí vi Pocahontas, la de Disney, y una de Batman, la de Jim Carrey como el Acertijo. Ambas me parecieron increíbles. Todas las que veía me parecían increíbles, porque el sólo hecho de ir, de comprar turrones, elegir el lugar, sentarse, que las luces se apagaran (todo el mundo gritaba cuando las luces se apagaban), y que se proyectara algo, sea lo que sea, era maravilloso. El cine de mi pueblo sigue siendo maravilloso, quizás la única maravilla de mi pueblo, pero está adormecido, lo tienen dopado, no lo miran, lo ignoran, no se dan cuenta de la maravilla que tienen y que basta con sólo un dedo que apriete un botón que encienda la máquina y con otro dedo que apague la luz para que la vida comience, la maravilla da todo, el cine crea magia, el cine da vida, el cine es la vida, y el cine es más que la vida, y ahí anda la vida en mi pueblo, tirada, sucia, pero hermosa, siempre presente en su pasado. Después, siendo yo un poco más grande, alguien decidió reabrir el cine. Cierto día por un equívoco enviaron "Hana Bi", de Takeshi Kitano. La proyectaron igual. Yo había viajado días antes hasta Buenos Aires sólo para verla (dos horas de viaje). La fui a ver de nuevo igual. Éramos dos en toda la inmensa sala: mi papá y yo. Me gustó más que en Buenos Aires, aunque se veía y se escuchaba peor. El día que proyectaron a Kitano en el cine de mi pueblo yo la fui a ver, y salí con el pecho henchido, viendo a mi pueblo diferente, percibiendo de otra manera los olores. Ésa es la magia del cine (magia en un mundo que desterró la magia). Luego el cine cerró, y luego volvió a abrir, pero yo ya no estaba, me había venido a Buenos Aires a estudiar y, claro, a aprovechar la cultura de una gran ciudad, como el cine. Pasaron largos años hasta que caí en la cuenta: no hay tanta diferencia entre los cines de Buenos Aires y el cine de mi pueblo. Es decir, la hay, pero las ventajas y desventajas finalmente quedan empatadas, con una diferencia enorme: a mí no me angustian ni me impacientan ni me queman por las noches los cines de Buenos Aires, pero sí el cine de mi pueblo. Acá, en la ciudad, casi todas las salas de cine como la de mi pueblo cerraron, se convirtieron en iglesias de pastores brasileños o en estacionamientos; cuando voy a ver cine acá generalmente lo hago en los grandes complejos, muy cómodos, con olor a comida rara, con salas pequeñas equipadas con tecnología último modelo (o casi), y cada vez voy menos, cada vez la gente en general va menos, porque el precio de la entrada es altísimo, casi delirante, porque el público de acá es insoportable en general y se preocupa más por mascar pochoclos ruidosos que por ver una película y sentir el ruidito del proyector (la gente, los jóvenes, cada vez están más anestesiados, cada vez se sorprenden menos, cada vez son más grandes y estúpidos). Acá, la gente a la que supuestamente le gusta el cine va a salas especializadas, como la Lugones. Yo fui varias veces a la Lugones, pude ver grandes películas allí, pero siempre con cinco o diez espectadores más, y la mitad eran jubilados que se dormían o molestaban, y la sala es cómoda pero chiquita, la pantalla es chica, no hay turrón, y no se compara con el cine de mi pueblo. Por eso digo que no hay tanta diferencia: al fin y al cabo siempre termino viendo cine en una sala vieja con tres o cuatro personas. Veo "mejor" cine, es cierto, pero la fascinación ya no está, se esfumó. No sé quién es el dueño del cine de mi pueblo, nunca me lo había preguntado, simplemente el cine estaba (ahora está cerrado, parece que para siempre) y yo no me preguntaba, no me daba cuenta, hasta ayer, cuando no podía dormir pensando en esa sala enorme, en la alegría inconmensurable que tenía de chico cuando salí de ver El Último Gran Héroe, y diciéndome "algo hay que hacer, algo se puede hacer, el cine no puede cerrar, no pueden derrumbar ese edificio", pensaba eso aunque no sé si lo derrumbarán o si quizás algún loco se anime a abrirlo de nuevo alguna vez; sólo lo pensaba y el pensamiento era un cosquilleo nervioso, unas ganas de hacer y la certeza de saber que no se puede hacer nada, que hace falta mucho dinero, y que al fin y al cabo ya a nadie le interesa el cine. Entonces imaginé una marquesina luminosa en la entrada, la foto de grandes directores en la sala de entrada, el olor de garrapiñada y el gusto a turrón, el señor que corta los boletos, la puerta que se abre, la alfombra, la cortina, y las butacas de la sala repletas de público, con una gran pantalla en el fondo, luminosa entre la oscuridad, el ruido del proyector, y la película que empieza y el mundo que empieza y la vida que rueda como el celuloide y yo que finalmente logro dormirme.

6.10.08

Las antenas de las hormigas

Y mirá, acá estamos, desparramados como soldaditos de plástico en el barro de un patio antiguo, ¿qué podemos hacer? Estamos acá, y es estar o estar, no podemos no estar. En el instante que no estamos no somos y ya no estamos. Todo tiene contraluz, un costado negativo, la otra cara, el fuego y el agua, la luna y el sol, todo menos la vida, que no tiene contracara, sólo fin. E incertidumbre. La muerte es una fantasía, una enfermedad de los seres humanos, una ficción. Sólo hay vida. Y la vida es absurda. Hubo una época, ¿sabés?, en que necesitábamos mentirnos, en la infancia; la inocencia es fundamental para la supervivencia cuando uno es niño. Pero no podemos ser niños para siempre, la mentira debe dar paso a la verdad, y no hay otra verdad que la siguiente: la vida es todo, la vida es absurda. Mirá, no tiene nada de malo, es más: quizás tengo todo de bueno, quizás no haya más que bondad en la vida. ¿Por qué dramatizar? La vida es absurda, es una fantasía sin principio ni final, nunca empezó porque nunca terminará. Todo lo que hubo siempre es lo habrá eternamente, e incluso cuando el mundo explote y el universo se achique o implosione, incluso entonces todo lo que hay será todo lo que haya. La vida es absurda, la vida es inútil. No, no quiero que nos ahoguemos en nuestras vanidades ni que vivamos pensando siempre en el hoy, despreocupados, como hedonistas. Pero tampoco quiero que tengamos el gesto adusto del religioso, ni la mente clara y enferma del científico. La vida es absurda, no hay nada que entender. La vida es absurda, estamos acá, no lloremos por lo que no somos, aprendamos a vivir con nuestra finitud, porque cuando los dioses reían nuestros días eran más alegres, honestos y florecidos. Dentro de muchos años lo que hoy te parece trágico, irremediable, será sólo olvido, a lo sumo un chiste mal contado. ¿Eso debería angustiarnos? Debería hacernos ligeros, frágiles, alegres, hermosos. Pensá esto: nada es importante. Nada. Y a la vez todo es importante dentro del absurdo. Cuando los niños aplastan a las hormigas laboriosas, que con tanto ímpetu llevan a su hogar una ramita, ¿acaso creés que hay algo de diferente en nuestra existencia? Dios no es otra cosa que un niño jugando en un jardín. ¿Te parece terrible? A la mayoría de la gente le parece terrible. Prefieren un dios protector, serio, vigilante, severo, un dios que castiga. No un dios niño. Jamás. ¿Nos preguntamos si la hormiga sufre al morir? No, simplemente la matamos. ¿Por qué seríamos nosotros diferentes? Hace rato dejamos de ser el centro del universo. Sólo somos pequeños hombres en pequeñas ciudades en un pequeño planeta. ¿Deberíamos angustiarnos por eso? ¿O deberíamos saltar de alegría y amarnos y romper y quebrar y construir y enloquecer? Dentro de nuestro absurdo, debemos ser más hermosos que nunca, y debemos tener muchas obligaciones, obligaciones sinceras, hacia la tierra y el sol, que no son dioses, que son minúsculas partículas sin sentido, bellas, infinitas, totales, absurdas, y sobre todo debemos tener una obligación: vivir como quien besa y al besar no piensa y no tiene más anhelo que seguir besando.

29.9.08

Camila camina

Se va desarmando Camila mientras camina se va desarmando cuando sube la escalera y se tira de cabeza hasta el séptimo y cuando rebota contra el piso Camila se desarmando no imaginariamente se va desarmando y le duele y va caminando vuelve a su casa Camila camina hasta su casa su mamá la quiere meter en un hospital para que no desarme y Camila no quiere subirse a la camilla simplemente quiere quedarse en su cama Camila lo que pasa es que Camila no camina ya porque se cayó de un séptimo piso y se desarma cuando anda pobre se desarma y es que la vida no está hecha para los que tienen imaginación atada a la realidad como Camila a esos hay que dejarlos en la cama caminando no Camila guardada Camila en reposo la mamá de Camila la cuida le dice que no que no siga que sueñe que imagine que escriba un cuento pero que no siga tirándose de los séptimos pisos de los edificios porque después bueno ya ven Camila no puede caminar y se desarma pobre se desarma y se le sale un pie se le sale un dedo y ya se complica caminar y seguir caminando y un día Dios no quiera pero un día algo trágico puede pasar y pasará si no cambia de actitud Camila pensá quedáte soñá Camila soñá no te subas más tan alto te vas a quebrar toda y nadie quiere a una chica quebrada mejor no Camila camina acá cerquita por la vereda jamás por la calle y callá cuando te griten que estás sola vos no estás sola está tu mamá Camila caminá junto a tu mamá Camila no camines más desarmándote vos sabés lo peligroso que es sobre todo hoy en día con las camillas que hay que enseguida te vienen a buscar marcás el número Camila y enseguida la camilla te ayuda a no caminar más a no sufrir más a no esperar más a estar quietita Camila no escuches más Camila quedáte en tu casa Camila ya no te atosigues Camila no imagines Camila no pases de la pared de tu casa Camila que todo es esto que ves ahora Camila que el día que te desarmes Camila y tu mamá no esté Camila entonces quién Camila entonces quién te vendrá a ayudar a caminar y a no desarmarte tenés que caminar Camila no te caigas más abrazáte al poste saludálo a verdulero enamoráte del panadero agachá la cabeza nunca más mires para arriba agachá la cabeza no mires para arriba soltáte el pelo a la noche atátelo por las mañanas y agachá la cabeza no mires para arriba no te tientes con subirte entrar al edificio subirte cerrar la puerta subirte engañar al portero subirte hasta lo más alto y desde el séptimo piso tirarte y desarmarte porque un día Camila Dios no lo quiera Camila pero un día te vas a tirar y tu mamá no estará Camila y ya no vas a salir te vas a quedar ahí contra el cemento tirada para siempre estampada para siempre contra el piso muerta Camila muerta porque te van a forzar Camila a aceptar la realidad a aceptar los dólares a aceptar y vos vas a ceder pobre Camila y entonces ya no imaginarás y entonces subirás al séptimo piso y te tirarás pero ya no te desarmarás simplemente tu cabeza se romperá el cachete se te raspará y los pedazos tuyos Camila los juntará ya no la camilla sino la policía Camila y vendrán algunos vecinos Camila quizás el panadero Camila pero lo seguro es que no te levantarás porque habrás aceptado angustiosamente la fuerza y la pesadez de la gravedad.

19.9.08

La solución del problema

Había una vez un hombre (voy a contar la historia más asombrosa y triste de todas las historias que hay) que vivía en un castillo de ventanas, con muchas puertas para salir al jardín cuando quisiera y para encontrarse con los perfumes del albahaca para consolarse de la muerte. Era feliz. Era tan inmensamente feliz que se aburrió de ser tan feliz y se inventó problemas. Supuso que estaba mal ser tan feliz, que la felicidad era otra cosa, siempre más allá, que lo suyo no era felicidad sino pasividad, pereza, inocencia. El hombre quebró los cristales de su castillo, se cortó las flores que florecían en su cabeza y se marchó a llorar bajo una montaña rocosa. Lloraba sin saber bien para qué lloraba, luego lo sabría: llorar nos hace más humanos, el dolor nos acerca a la verdad. Con sus lágrimas escribió sobre el suelo el mito de un algo que era intangible, eterno, distante, frío, y ese algo, siempre más allá, siempre lejos, era la felicidad. Caminó el hombre con esta historia a cuestas, le puso adornos y anécdotas, y se la iba contando a quien le prestara atención. Caminó tanto el hombre que se le llagaron los pies, y contó tantas veces su historia inventada que se le hizo realidad y cuestión de vida o muerte. A los pocos años conoció a una mujer fea, fea, fea. A él se le ocurrió que era linda, pero en su interior. Y en su interior estaba la felicidad. Se enamoró de ella, la besó, durmió a su lado, construyó una casa de muros enormes y se encerró con su amada para siempre. Para siempre. Tuvieron un hijo. El hombre seguía llorando. Luego otro hijo. Para siempre. La gente se agolpaba en la puerta de su casa amurallada y le rogaban a gritos que les contara su historia. El hombre se negaba, decía que ya la había contado suficientes veces, que ahora era cosa ajena a la voluntad humana. Y cerraba la puerta de un golpe. El hombre fue envejeciendo. Sus hijos crecieron fuertes pero ignorantes del mundo externo. ¿Para qué salir? Su padre sabía bien que la verdad estaba adentro, siempre bien adentro, en lo profundo, detrás de los muros, dentro del cuerpo. Los hijos sólo salían a comprar la comida una vez por semana, y luego se quedaban encerrados en la casa amurallada. Para siempre. La esposa del hombre tejía y tejía (su frente se arrugaba rápidamente), no hacía otra cosa que tejer. Lloraba también, y amaba a su esposo, que sentado la miraba tejer por las tardes. Para siempre. Incluso luego, ya muerta a causa de una terrible enfermedad, el esposo siguió sentándose en el mismo lugar, y casi al borde de la locura (y el llanto, para siempre) la imaginaba viva, tejiendo, y no pudriéndose en lo más hondo de la tierra. Pasaron años, oscuros tiempos, siempre oscuros, hasta que uno de los hijos del hombre también enfermó gravemente, y al padre no le quedó otra opción que salir a buscar ayuda. Abrió la puerta con su hijo a cuestas y el sol le dio de lleno en la cara. Caminó el hombre un largo sendero de piedras, sin saber muy bien adonde se dirigía, y caminó y caminó. Para siempre. Su hijo murió en sus brazos. El hombre cavó una fosa, lo metió dentro, lo tapó, y se sentó sobre la tierra húmeda. Entonces lo vio. Era de lo más misterioso: un rayo de luna cortaba la copa de un árbol añejo de manera perfecta. Nunca había visto un rayo de luna desplomarse sobre la tierra como si fuera un rayo de sol. Al principio le pareció un mensaje de alguien, que estaba más allá, siempre más allá, pero luego se miró los pies embarrados, y recordó a su hijo muerto y enterrado, y en un segundo eterno pensó lo que no se puede pensar sin estremecerse: que la vida era siempre hacia adelante, siempre hacia adelante, que todo era pesado y para siempre, y que cada paso nos ataba al destino de las cosas. Al principio, como era costumbre, lloró. Se creó un nuevo problema, incrementó su dolor, se agotó en su interior y en su historia falsa. Sin embargo, después, cuando el sol salió y él se despertó todavía angustiado por su pensamiento, entendió todo, silenciosamente. Miró el camino que lo llevaba a su casa de nuevo y lo emprendió con gran entusiasmo. En el recorrido, paró en un arroyo y se regó la cabeza: las flores surgieron esplendorosas. Al llegar a su hogar, derribó los muros a martillazos, porque no tenía hogar, porque nadie tiene otro hogar más que la tierra y el árbol y el monte. Construyó un muro pero de ventanas, y crió a su otro hijo y a su otro hijo y a su otro hijo y a su otro hijo, que era cualquiera que pasara a su lado. Y ya no tuvo más dolor en su alma, porque no tuvo más alma que el viento que sopla por la mañana y por la noche. Para siempre. Que es hoy. Que es todo. Que es nada.

13.9.08

Como uno que abre los ojos y ve

Los pensadores están enfermos. Todos los sistemas filosóficos son pura lógica, que es como decir que son nada, que son castillos de arena en la orilla del océano inescrutable, ideas construidas sobre el absurdo que no significan nada, que sólo significan dentro de sus ideas, dentro de sus lógicas enfermas, dentro de sus débiles y complejos sistemas de ideas, pero que fuera de ellos, ahí donde el espinillo se esconde o donde los gusanos comen la carne o donde la angustia nace, no significan nada. Los filósofos son gente enferma, los científicos están locos de tan cuerdos. Cuentitos dentro de cuentitos, pensamientos como jaulas que no dicen nada, palabras que se pierden hasta hacernos perder. Hoy el físico dice que el bing bang es tal cosa, y mañana viene otro físico, que piensa más y mejor y más enredado, y dice otra cosa. La ciencia es un mito bastardo. Y los filósofos son gente enferma. ¿Por qué la vida tendría que tener sentido? Los pensadores están tan aburridos de la vida que piensan y enredan la vida. Si sabio es quien lo sabe todo de la vida, ¿qué más sabio que el árbol, que crece, brinda aire y madera, y vive años y años, sin pensar un segundo? ¿Por qué no intentamos parecernos al árbol? ¿No está ahí, en la simpleza más brutal, el secreto de la vida? El secreto de la vida es que no hay secretos en la vida. El hombre es un animal enfermo que crea mitos. Así creó a Dios, así creó a los prójimos, así creó la caridad y creó la guerra, de puro aburrimiento, de puro pensar demasiado. Los filósofos son gente enferma, tengámosle piedad. Se calzan anteojos, andan con el gesto adusto, leen libros, muchos libros, y escriben otros libros, muchos libros, para decir con muchas vueltas que en realidad no saben nada. Que no pueden saber nada, eso es lo que dicen en cada oración, aunque lo disimulen con grandes tratados. Al científico le dicen: "enséñame a dominar la naturaleza que yo te pondré en un pedestal, el pedestal vacío de Dios", y así el científico deja de ser loco peligroso y es el loco cuerdo, y saca libros y libros que no dicen nada, y saca cuentas y cuentas que no significan nada, y es reverenciado como un genio, un civilizado, un nuevo dios. Pero así como Dios ha muerto, el científico y el filósofo deben morir. El enreverado sistema de los pensadores ociosos ha hecho que muchos piensen que el pensamiento viene primero y luego la acción, ¡pero nunca ha sido así y nunca lo será! No hay nada más valeroso ni profundo que la acción. No busquen más profundidad, no la hay, y si quieren seguir cavando y dicen que encontraron más profundidad es porque están solos y tristes y necesitan pensar que hay algo más. No lo hay. Toda la verdad está en la superficie. El pasto y la tierra es la última verdad; más abajo, la mentira, es decir la filosofía. Los que no aman la vida no lo comprenden, necesitan encontrar un significado oculto en las cosas, como si no les bastara la belleza, y entonces ven algo bello y lo analizan, ponen cara de preocupados y señalan un conjunto de similitudes con otros pensamientos abstractos, que en realidad tampoco dicen nada, y entonces lo bello se opaca y muere. Así matan a la vida los pensadores. Se asustan ante el azar, e inventan el destino; se espantan ante la muerte, y se esconden de la vida para crear las fisolofías; se asquean del cuerpo y crean los edificios y la cultura y los libros. Los pensadores están enfermos: vomitan palabras. Crean cuentitos y nos hacen pensar con suma destreza que ese cuentito es la verdad; vean la coherente que es el cuentito, lo lógico que es, pero ¿qué es la lógica? ¡Basura! La vida no se rige por la lógica, la Historia no se rige por la lógica, los sentimientos no se rigen por la lógica, el tiempo no se rige por la lógica, el amor no se rige por la lógica... ¡la lógica sólo sirve para los pensadores, que están enfermos! Los filósofos, los grandes filósofos, ¿qué le han aportado a la lluvia? Sólo la han contaminado. La lluvia sigue siendo igual que siempre. ¿Para qué quiero yo saber si la nube hace la lluvia o no? Me basta saber que la lluvia cae y es linda. ¿Para qué necesito saber si el corazón es un órgano? Lo escucho latir en el corazón del otro, sólo entonces existe. Las cosas pierden vida cuando le encontramos lógica. La luna, nos dicen los científicos, es un satélite, una piedra; pero miro la luna y no veo un satélite (¿qué es un satélite para mí?) ni una piedra: simplemente veo una luna, a veces brilla más, a veces menos, a veces no está. Eso es todo. ¿Para qué más? Sentir curiosidad es loable, ¿pero para qué correrle el velo a las cosas? La lógica puede hacernos para amar la vida o asesinar judíos, entonces ¿a quién le importa la lógica? Sólo los enfermos se aferran a la mentira, como lo hacen los pensadores. El ser humano podría ser perfecto en su imperfecta inocencia y en su poesía, pero hemos estado presos, primero, de Dios y luego, ahora, de los pensadores, de la ciencia y de la filosofía. El ser humano podría ser perfecto: no es un animal ni tampoco un dios. El ser humano podría ser perfecto, y de hecho lo es en los primeros años de su vida. De niño, siente curiosidad pero no quiere respuestas; de niño no ansía con saber matemáticas, le basta con jugar con la tierra. Luego vienen los pensadores, y con ellos los profesores de la escuela, esos lacayos de los grandes pensadores, y nos tiran los libros y nos fuerzan a pensar y a sumar y a usar la lógica, y de a poco vamos odiando la vida, vamos olvidando todas las respuestas que ya teníamos, y nos convertimos en personas civilizadas que saben pensar, que razonan, que no saben nada. ¿Cuál es la razón por la que nacemos y morimos? No la hay, porque no hay razón para nada. El hombre lo percibe segundos antes de morir: no hay razón, sólo vida. La matemática sirve para armar una mesa, un horno, un inodoro, pero no para vivir a través de ella. Nada se rige por la razón. Cuentan que tres hombres se cruzaron con una flor espléndida: uno era un filósofo y se puso a pensar en ella, otro era un poeta y le dedicó un poema con bellas palabras, y el otro era simplemente un hombre que pasó a su lado, la vio, se conmovió un segundo, la olió y siguió su paso. Sepámoslo: no hay más allá luego de la montaña.

"Si Dios es las flores y los árboles, los montes, el sol y el claro de luna, entonces creo en él, creo en él a todas horas, toda mi vida es oración y misa, una comunión con los ojos y los oídos. Pero si Dios es los árboles y las flores, los montes, la luna, el sol, ¿para qué lo llamo Dios? Lo llamo flores, árboles, montes, luna, sol. Si él se ha hecho, para que yo lo vea, sol y luna y flores y árboles y montes, si él se me presenta como árbol y monte y claro de luna y sol y flor, es porque quiere que yo lo conozca como árbol, monte, luna, sol, flor. Y yo lo obedezco (¿sé yo más de Dios que Dios de sí mismo?), lo obedezco viviendo espontáneamente, como uno que abre los ojos y ve, y lo llamo luna y sol y flores y árboles y montes y lo amo sin pensar en él y lo pienso con los ojos y los oídos y ando con él a todas horas".