29.4.08

Sol abierto, sol cerrado

En la puerta del sol, justo antes de entrar al vacío del mundo, pasó el 60 largando humo negro sucio. Iba caminando el zorrino entre los pies de la jirafa cayendo por el arco iris y un taxista lo puteó. La jirafa se paró en dos patas y saltó a la terraza de una torre gigante con boca de dinosaurio aburrido y miró desde arriba, con anteojos de sol, al motoquero que cruzó a toda velocidad por la avenida. El zorrino valiente no pudo llegar a la terraza de la torre gigante con boca de dinosaurio aburrido, y entonces miró hacia arriba y lloró y miró hacia abajo y se marchó, y se encontró con el hámster perdido que le dijo que era triste ver el charquito de la esquina, ahí, todo amontonado, y pasó un Peugeot y lo destrozó al charquito y lo mojó al hámster perdido. La jirafa tomó sol y después luna, y miró una estrella que le recordó al zorrito y se tiró de cabeza a la pileta vacía. Quedó enclavada la jirafa y ahí se durmió. El hámster perdido se subió encima del zorrino triste y se fue andando por el cordón de la vereda hasta que se marearon de dar tantas vueltas manzanas, se sentaron en la esquina a descansar, y pasó un chico con una botella en la mano y vomitó. Abajo, muy abajo, trepando y trepando, una polilla se asomó por la alcantarilla y se asustó cuando vio al zorrino con el hámster perdido arriba, los dos durmiendo con los ojos abiertos, y dijo susurrando hola, hola repitió hola, sí, el zorrino lentamente paró la orejita y un camión tocó bocina y lo despertó, y la polilla dijo la jirafa, ¿ustedes vieron una jirafa?, ando buscando una jirafa, eso dijo la polilla, y el zorrino lo miró al hámster perdido, y le dijo a la polilla que era amigo de la jirafa pero que la jirafa estaba en una terraza mirando la ciudad, y la pala que pala paló, dijo el hámster perdido en su idioma de hámster perdido, y ni el zorrino ni la polilla lo entendieron, y la carita asustada del hámster perdido diciendo que paló paló carila paló, y justo un robo en la esquina y una señora que grita y queda temblando tirada en el suelo. La jirafa saca la cabeza de la pileta vacía y se va caminando en una pata a buscar al zorrino, saluda a las palomas la jirafa, y algunas palomas escriben libros con los ojos cuando pasa la jirafa, impresionadas por el cuernito de la jirafa, y vieron al zorrino preguntó la jirafa a las palomas, y un chico en la plaza de abajo les tiró maíz y se fueron todas las palomas sin decir nada. Por primera vez la jirafa se sintió sola y tuve un papel carbónico en la pata derecha que le molestaba. El hámster perdido paló palando y se fue corriendo y el zorrino triste corrió para alcanzarlo, la polilla ¿y la jirafa?, decía, ¡la jirafa que saltaba y que se trepó a una torre con boca de dinosaurio aburrido! La polilla gritaba, el hámster perdido palaba y el zorrino triste corría llorando, y entonces pasó un oficinista y se quejó de que hubiera animales irresponsables sueltos en las calles y llamó a la policía. La jirafa se subió arriba de un colectivo y viajó por todos lados, ahí sentada, porque se cansó del papel carbónico que tenía pegado en la pata derecha, y miraba para todos lados buscando al zorrino triste. Una estrella viejita parada en la esquina de un barrio sin luz tomaba un vino cuando vio pasar a la jirafa arriba del colectivo y le dijo que una polilla había pasado por ahí preguntando justamente por una jirafa igualita ella, con el cuerno igualito, y la polilla seguía gritando y el zorrino triste corriendo detrás del hámster perdido que no podía dejar de palear paleando, y hasta que el hámster perdido se cansó y con la patita de atrás se tuvo que rascar el hocico no hubo descanso ni para la polilla gritona ni para el zorrino triste, y la estrella viejita parada en la esquina tomando un vino los vio a lo lejos, muy lejos, y le dijo a la jirafa que allá estaba, lejos, muy lejos, que diera exactamente dos saltos y medio y unos pasitos y que llegaría a tiempo, porque el hámster perdido estaba muy cansado y le picaba mucho el hocico, pero entonces cuando la jirafa estaba por dar el medio tercer salto llegó la policía con una pistola en la mano y con un palo en la otra y otro vez la policía y un carro como un elefante feo, y con el palo el policía aplastó a la polilla que no se quería callar, y el policía con el revolver tiró un tiro al cielo para que el zorrino triste no estuviera más triste y apagó a la estrella viejita que tomaba vino, y cuando el hámster perdido paló muchísimo por ver lo que había visto y por el ruido entonces el carro de la policía que era un elefante feo lo persiguió y lo encerró entre palitos de metal y apagó la luz con un trapo sucio, y el zorrino que estaba asustado contra el muro pintado de oscuro y la jirafa que dio el último paso y llegó no pudieron contra el señor que con el taxi se subió a la verdad y que con el palo de fuego bajó una estrella y le tiró el hielo azul y amarillo al zorrito triste que miró a la jirafa allá en lo alto, trepada a la terraza, escapando, y entonces ya solito, sin la polilla ni el hámster perdido ni la jirafa amiga, cerró los ojos y se hundió en el centro del sol para siempre.

28.4.08

No hay bienvenida

Hace poco vi la película Chapter 27. Es sobre Mark Chapman, el tipo que asesinó a John Lennon. Por lo menos así se lo conoce, como "el tipo que asesinó a Lennon". Si mi abuela me pregunta quién es Mark Chapman, es "el tipo que asesinó a Lennon". Pero como todos los locos, como casi todos los capaces de cometer atrocidades, Chapman era un ser complejo en su tosquedad, en su estupidez, lleno de una moralina idiotizante, pleno de una niñez enfermiza, como el Travis de De Niro, como el Jack La Motta de De Niro. Un hombre pequeño, dolorosamente pequeño, inteligente por momentos, desfasado en su visión de la realidad. No pude evitar pensar, una vez terminada la película, que yo era un poco Chapman y un poco Lennon. Aunque en realidad ninguno de los dos. Por un lado, el yo pequeño, encerrado, abismal, que se da la cabeza contra la pared; por el otro el yo que podría hacer algo por los otros, que podría expresar sus pensamientos, sus sentimientos, el yo que triunfa y es reconocido. No hay tanta diferencia entre Chapman y Lennon, como jamás hay tanta diferencia entre los antagonistas. La diferencia es que Lennon triunfó. La diferencia es que Lennon estuvo en el momento indicado. La diferencia es que Lennon escribía canciones para salir de su pequeñez, grandes canciones que lo convirtieron en un gran hombre, un gran hombre con grandes convicciones. Chapman era un gordito de Texas que no entendía nada, o entendía pero todo mal, que era fan de Los Beatles (como todos), y que pensó que Lennon lo había traicionado, que se había vendido al sistema por vivir en grandes mansiones y decir que no creía en Los Beatles y que Jesús no era tan popular como Los Beatles. Pero ante todo, a Chapman lo enloquecía un pensamiento límite: ¿cómo podía ser que él, un hombre pequeño, en un simple acto como apretar un gatillo pudiese poner fin a la vida y a la música venidera de un gran hombre como Lennon? ¿Podía hacerlo, justo él, el yo pequeño, el estúpido, el demente baboso, el loco que espanta, el gordo anónimo? ¿Podía? ¿Era capaz de cometer ese acto abismal, de salir del anonimato, de ser odiado por millones? ¿Es mejor ser ignorado por millones que odiado por millones? Yo conozco a Mark Chapman porque Mark Chapman vive en mí. Yo conozco a John Lennon porque John Lennon viven en mí. Es tarea del yo que soy ahora, ese medio, insoportable por momentos, el medio de los dos, el que debe pugnar por ser Lennon. Por lo menos es lo que yo quiero ahora. Nadie quiere ser Chapman. Chapman, como el mal, te chupa. Uno no busca ser el peor: lo es. He ahí el poder del mal: es la señora que pincha la pelota. No hace nada, está ahí. Uno le pega mal y la pelota va a parar al jardín de al lado, y chau pelota. No fue decisión de uno, fue un error. Y así, error tras error, violencia más violencia, guerra tras guerra, sangre más sangre, Chapman más Chapman, la vieja te pinchó todas las pelotas que tenías, y vos te quedás sentado en el medio del jardín, aburrido, angustiado, vacío, y quizás un día, ya más grande y solo, te ponés a pincharle las pelotas perdidas a los pibes vecinos, esos pibes tan insoportables que no paran de hacer ruido y de pelotudear con el fútbol, y a ver si de una buena vez se dejan de romper los quinotos, pendejos de porquería. Chapman ganó. Por default. No hizo nada. Estaba ahí. El pequeño yo ganó y te chupó la vida. El gran yo está lejos, muy lejos, tan lejos como pensó Chapman que Lennon estaba, y sin embargo lo asesinó de cuatro balazos, en un acto absurdo, en un crimen sin sentido, por el puro hecho de hacer lo que no debía ser hecho. Lennon no sólo era un gran hombre (que es lo de menos: Lennon estaba más allá del hombre), John Lennon era indigno para nosotros, putrefactos Chapmans ahogados en la cotidiano y peores que el peor Chapman, queriendo que todo pase rapidito, que llegue la noche para encerrarnos y tirar la llave, que la tostadora, por favor, funcione porque no está en garantía, y ni siquiera tenemos el dolor metafísico de Chapman, ese dolor que resquebraja, ese dolor que ahogaba a Chapman, y que lo llevó a pensar y a poner en acción esa idea terrorífica: que la estupidez, siempre, eternamente, lleva las de ganar. Lo peor (Chapman lo sabía, Lennon lo sabía) es quedarse en el medio, es no ser nada, es esta aparente placidez, esta aparente bondad de gente, ese dedo que juzga a Chapman y no lo comprende, y no lo comprende porque sabe que en las profundidades del ser humano Chapman creó la cultura, creó la moral, creó la religión, y que Lennon (por lo menos yo lo sé) es una excepción a la regla. Pero a no angustiarse: la raza humana misma es una excepción en un universo desolado. Y no por eso hemos dejado de crear cosas maravillosas. Son los hombres excepcionales los que trazan la huella. Son los Chapman los que nos chupan hacia al abismo total. Somos nosotros, los del medio, los que vivimos la farsa de todos los días, pensando que Lennon era un genio talentoso drogón hippie incomprensible único inalcanzable ridículo flequilludo, y que Chapman es un loco asesino criminal desquiciado malparido. La historia no se mueve por los del medio. Si fuera por los del medio el mundo sería el lugar más inhóspito que existe. Que lo es. Ahora.