20.11.08

Miedo a la vida

La ciudad no tiene fin. Es un laberinto de autos, de pedazos de baldosas rotas, un conglomerado que sirve para que la gente gane más dinero y viva peor. Es el miedo a la vida. No hay otra cosa. Nada nos ata a la ciudad sin fin. Estoy en una calle cualquiera, entre dos calles cualquiera, camino dos cuadras y de nuevo en el mismo lugar. ¿Dónde está el comienzo? ¿Dónde el horizonte? Me subo a la terraza y un edificio me ha tapado el sol de las mañanas. Los días cesaron de comenzar. En la ciudad hay: charcos sucios que se agolpan contra los cordones de las veredas, pequeñas peleas entre novios, negocios que venden productos a ofertas inmejorables, hay ruido de bocina, hay silencio de charla, hay miles de personas iguales a otras miles de personas, hay remeras de colores, hay anteojos y maletines, hay colectivos monstruosos que devoran pasajeros, hay semáforos aburridos, hay tazas de café besándose con las cucharitas, hay gordos que esconden la panza, monedas que se caen al asfalto, hay edificios de caras borradas, hay luces que nunca se encienden, hay taxis y taxis y taxis y taxis y taxis y taxis, hay un guardia de seguridad que cuida enormes cantidades de dinero que no son suyas, hay una plaza de árboles ignorados, hay un perro vagabundo que se está muriendo de hambre, hay unas palomas inflando el pecho sobre el poste de luz, hay un viejo sucio comiendo arroz, hay un nene que le roba un celular a una señora, hay otro nene que mira por el balcón la infinita cascada de autos, hay una prostituta en la plaza esperando que se haga de noche, hay un papel de caramelo que es pisoteado por una moto, hay tachos de basura rotos, hay un colectivero que insulta a otro colectivo que a su vez insulta a su esposa que a su vez le pega un chirlo a su hijo que a su vez llora en silencio y carga al vizco de su clase, hay Bancos con las puertas cerradas, hay una vieja tirada en el suelo y unas señores comiendo ensaladas a su lado, hay postales a dos pesos, hay una estampita en la mano de una nena, hay amigos tomando cerveza, y hay tantas cosas más que nadie mira de tan acostumbrados que estamos, porque son las mismas cosas que todos los días aparecen en los mismos lugares en la ciudad sin fin, nada se modifica, todo es cíclico, como en el infierno, no hay manera de salir una vez que uno se ha atado a la ciudad. Para salir de la ciudad hay que seguir las siguientes instrucciones: tomar un micro de larga distancia, al destino que usted quiera, con un mínimo de 150 kilómetros de distancia, sentarse, observar (ahora sí) el horizonte, olvidarse que existen los autos, tomar una bicicleta, salir a pasear, ir al mar o al río, o a la montaña, dejar de tenerle miedo a la vida, dejar de vivir amontonados como palomas en un palomar, arriesgarse, jugarse, porque, al fin y al cabo, es ése uno de los actos de rebeldía más accesibles e inmediatos que podemos implementar. Estamos acá porque somos herramientras útiles para generar ganancias. Vayamos lejos, hay mucha tierra. Empecemos de vuelta. Donde no hay cárteles con publicidades. Ahí, lejos, donde los problemas existen, donde el hambre existe, pero donde la existencia cobra su dimensión verdadera. En las mañanas tendremos el horizonte, tendremos una brújula en el cielo y jamás nos perderemos.

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