7.12.08
Una palabra, dame una palabra
No tiene sentido que hablemos. ¿Cómo se comunican dos personas solitarias, que no creen en las formalidades, que disfrutan de su soledad, que sienten que las palabras no son herramientas para ocultarnos si no para revelarnos, y que cuando uno las dice deben ser bien dichas, en el sentido de usarlas para lo que han sido diseñadas, para comunicarse, que no para aislarse? Más allá del "hola" y del "chau", nunca nos sentamos a hablar, y eso que (por lo menos yo lo veo así) tenemos mucho en común. Lo sé por tus gestos, por tus costumbres, por tu gusto por los gatos y los discos de vinilo. No, nunca charlamos acerca de nada importante, pero así y todo creo que de esta manera es nuestra relación, nuestra pequeña relación. Si yo me enamorara de vos, o si yo intentara crear una amistad (aunque, estoy seguro, esto que tenemos es amistad, una amistad sin palabras), entonces ya no seríamos nada, se acabaría nuestra relación, que es ahora tan perfecta, tan callada, tan distante y sin embargo tan cercana y tan verdadera. A pesar que vivís en el departamento de al lado, que pasan muchos días y no sé nada de vos, nuestra relación se basa en los encuentros que no son, en lo no dicho. ¿Cómo podría ser de otra manera? Vos sos callada, tímida, eso dicen. Bah, me imagino que eso dicen, porque eso dicen de mí y nosotros somos muy parecidos. Ya sé, no sos callada ni tímida, simplemente estás contenta con vos misma y no le tenés miedo a la soledad. Pero al ser vos así y yo también ser así, ¿cómo podríamos comunicarnos de otra manera? La gente en nuestro edificio grita cuando habla, insulta, se pelea, y la mayoría de las veces dicen huevadas. La vecina del otro lado tiene unas amigas que la visitan de tanto en tanto. Nunca dicen nada, a pesar de charlar como cotorras, y sospecho que a ninguna le interesa en verdad la vida de las otras. En cambio, de tu lado nunca escucho ningún grito, a veces música, pero nada más. Y música muy linda y suena muy despacito. Nunca te oigo reírte a carcajadas, y es otra cosa que me llama la atención. En el edificio, vos lo sabrás, pero también en mi trabajo y en casi cualquier ámbito, mucha gente se ríe a carcajadas, como para que los otros escuchemos cómo se ríen. Nunca tuve ni pude ver de lejos una reunión de gente sin que nadie se riera, salvo que estuvieran planeando un asalto o un atentado. ¿Por qué esa necesidad de reírse en cada oración? ¿Será que muchos son "tímidos y callados" pero no se animan a admitirlo? ¿Cuándo aprendemos a falsear la sonrisa? Sabés qué, para mí en ese momento empezamos a morir, cuando simulamos nuestra sonrisa. ¿Cuándo nos acostumbramos a las palabras falsas, hasta el punto de no diferenciarlas de las reales? Muchas veces estoy en cumpleaños, en casamientos, en fiestas en general, y me veo forzado a mentir y a mentirme, que es lo más doloroso. A veces siento ganas de salir corriendo. ¿Por qué nos tenemos tanto miedo, por qué nos ponemos tantas barreras? La gente conoce a mucha gente, y cuanta más gente conoce alguien es mejor visto. Eso me lo dijo una vez una persona. En realidad no me lo dijo a mí, escuché que se lo decía a otro, y se lo decía no como algo malo, sino como una especie de consejo. A mí me resultó un espanto. Tengo dos amigos, y siempre nos reunimos por separado. Hablamos, a veces. Callamos, a veces. No importa. Como pasa con vos, como pasa con los gatos, que se entienden mirándose, que no falsean sus impulsos. Tengo un gato naranja (a vos te gusta muchísimo), que cuando llega alguien a mi departamento o le huye, se le paran los pelos, se esconde, se aleja, y luego se queda solo, tranquilo, durmiendo, o es mimoso, ronronea, duerme en tu falda. No sé en qué se basa para que alguien le caiga bien o mal (vos le caés muy bien), pero a mí me basta con saber que a él no le gusta cierta persona, porque sé que no se miente y sé que no se miente porque no tiene necesidad de hacerlo. Cuando hay reuniones grandes, mi gato se esconde y no logro encontrarlo hasta que se van todos. Hay un gato callejero que todos los días se sienta en la terraza del edificio de enfrente y mira a mi gato. Y mi gato lo mira. No se maúllan, nada. Se miran. Lo hacen todos los días, a la misma hora. Si se conocieran más de cerca, quizás se pelearían, se rasguñarían y se lastimarían. Pero ambos saben que de esta manera es como mejor pueden llevarse, cada uno en su lugar, solos, tranquilos, respirando el aire nocturno desde el balcón y la terraza. Así se me hace que es nuestra relación. A veces me siento tentado de tocarte el timbre, invitarte unos mates y ponernos a charlar sobre no sé, tu trabajo, tus cosas, tu música, tu… pero sería todo tan forzado, y con vos no es así, con vos es todo chiquito, irreal, insignificante, hermoso, como esa nena que nos gustaba en el jardín de infantes a la que nunca le dijimos nada pero que extrañamente recordamos con enorme cariño. Me da un poco de vergüenza decirte esto (¿ves? Incluso entre nosotros existe el miedo al juicio negativo del otro), pero durante la secundaría, tendría yo doce o trece años, estuve mucho tiempo enamorado de una chica dos años más grande a la que nunca le dije nada. Pero nada de nada. Creo que sólo una vez cruzamos un “qué hora es” de parte de ella (imagináte, fue un día felicísimo ése), pero lo otro eran miradas. Ahora que lo pienso con el cinismo que dan los años, es muy probable que la chica ni me registrara, pero en ese entonces estaba convencido que las miradas eran correspondidas. La miraba descaradamente, a los ojos, de lejitos, y con eso pretendía decirle todo lo que no me animaba a poner en palabras. Vivía en tal fantasía que estaba convencido que era mi novia. Con un amigo me refería a ella como “mi novia”. Hasta le mandé una carta de forma anónima, que nunca supe si recibió o no. Con palabras formadas por letras recortadas del diario, decía esto: “dedicado a Dios y los elementos”. No sé por qué puse eso, lo habré leído en algún lado. Puse eso por poner algo nomás. ¿Podría haberle declarado mi amor? Seguramente, pero en el fondo sabía que la relación era así, distante, platónica, si querés decirle así. Nunca se cruzó por mi cabeza hablarle, decirle cuánto la quería, eso significaba el quiebre del amor, el fin del hechizo, las palabras del científico que desencantan el acto de magia. Sin embargo, a pesar de todo esto que te cuento, a mí me gusta hablar, me gustan las palabras, no soy nada tímido. Es más, detesto la timidez, me parece un acto de cobardía, y te juro que en ninguna de mis actitudes hay cobardía, que todos mis actos son así porque yo quiero que sean así, porque descubrí hace algún tiempo que es imposible ser quien no soy, que me da un miedo atroz caer en la espiral de las palabras falsas, que me parece un gesto de dignidad y de rebeldía asquearte frente a las oraciones hechas, frente a los lugares comunes. Para conseguir mi primera novia tuve que fingir mucho, tuve que hacerme pasar por quien no era, tuve que caerle bien a gente que no me interesaba. Duró dos meses ese noviazgo. Estuve deprimido tres años. Bah, “deprimido” no, triste, pensando en ella. Pero la angustia fue cediendo, hasta que un día, tomando algo con un amigo en un bar, le dije: “no voy a fingir más en mi vida, así soy yo, prefiero que me quieran dos personas pero que me quieran con mis defectos, con mis miserias, con mis frustraciones y obsesiones, que me quieran en mi soledad, antes que me quieran muchos pero superficialmente”. Mi amigo hizo un silencio, se terminó de tomar la cerveza y no dijo nada. Yo tampoco dije nada. Nos quedamos mirando por la ventana, tranquilos, como si los dos fuésemos uno, cómodos como en el seno materno, sin distancias, sin buenos modales, sin mentiras, sin falsedades, como pasa en la verdadera amistad. Dos siendo uno.
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