1.2.09
No estoy ahí
Qué es el hombre, qué es, qué es, le dice el niño al padre, y el padre rascándose la cabeza le dice que no sabe, que no sabe lo que el hombre es, que le pregunte al árbol más lejano, el que crece solitario y sin sentido, el que nunca fue pequeño, el que nunca muere, el más antiguo entre las cosas más antiguas del universo, y el niño arma el bolso y sale tranquilo a visitar el árbol más lejano y más antiguo, en el camino no se pregunta nada porque en su cabeza sólo existe una cuestión que lo angustia, qué es el hombre, qué es el hombre, se lo preguntó su abuelo antes de morir, le dijo que él no moría porque nunca había sido, que había sido miles pero ninguno él, ése que moría, que recién era el que moría minutos antes de morirse, y que durante su juventud había estado preso y había sido amado, odiado, ignorado, amante de la literatura, navegante de los mares, pero que entre todos esos seres que habitaban en su mundo ninguno era el que moría, entonces, nieto, qué soy, quién muere, de dónde sale este miedo, averigua hijo qué es el hombre, cuál de todos somos, si es que en verdad existimos, no nací sin antes haber muerto y no fui niño (decía el abuelo) sin antes haber dado un tiro al bebé que jamás existió; mírame, muerto y sin embargo no estoy aquí. El camino era largo como la pena, las piedras eran hondas como la oscuridad de la noche, y sobre el vacío se recostaba el árbol, apenas viejo en su eternidad. El niño le preguntó qué es el hombre, pero el árbol no dijo nada, quedó callado como callada estaba la luna. El niño preguntó nuevamente y al no encontrar respuesta golpeó el tronco con angustia y desengaño y se tiró con los dientes apretados sobre la tierra húmeda para intentar dormir. El niño se hizo adulto, envejeció cambiante, con el lamento de crecer y marchitarse, de no encontrarse jamás, y no comprendió a las personas que no cambiaban, que era siempre una en su vacío, que tenían su ser fijado en las costumbres, en los usos y las costumbres, en la maquinal copia de los modales y los pensamientos, en la educación petrificada y caduca, en la moral putrefacta, ellos vivían en el vacío del ser, jamás cambiaban, eran constantes, se fijaban objetivos nimios, vulgares, y los conquistaban sin cambiar, eran doctores nacidos en familias de doctores, algunas noches se permitían ser otros pero enseguida volvían a sus máscaras, máscaras que disimulan el vacío del no-ser, en cambio yo fui escritor pero no soy escritor, fui poeta pero no escribo poesías, fui mecánico pero olvidé como hacerlo, soy marxista y luego anarquista, creo en dios y luego lo detesto, amo a Jesús para escupirlo, soy tantas cosas, tantas cosas, profundamente, no una moda, he sido tanto y no soy nada, y no he fallado, es que la naturaleza del hombre (dijo el árbol) es un péndulo sobre la falta de identidad, hoy eres francés y mañana búlgaro y pasado mañana te preguntas qué es ser francés o búlgaro, si eso realmente te constituye como ser y te das cuenta que no, que sos de River, de Juventus, de Boca, pero que nadie es de Boca o de River, o búlgaro, que todo es un invento y luego te encuentras convertido en cínico y te asqueas de ser cínico y prefieres creer en algo, entonces te aferras a la naturaleza, que nunca defrauda, y te gustaría ser tallo de la flor más pobre pero es imposible porque eres hombre, tristemente un hombre, no puedes dejar de ser, jamás, de buscar aferrarte y entonces, niño (dijo el árbol), te daré la respuesta: el hombre es la alegría de no ser y al mismo tiempo de ser todo, su arte debe ser el cambio, hoy campesino, mañana amante, poco importa si lo que guarda en su bolso es una planta que hecha brotes en la oscuridad. Y así, un día, comprendió las sabias palabras del árbol y se borró la cara, se desdibujó las facciones, se eliminó de la tierra en busca de la auténtica verdad, que es el cambio, la verdad es que no existe verdad, la certeza es la búsqueda de la certeza, somos cuando nos liberamos y buscamos incasablemente el ser, pero esa búsqueda no debe tener final, el anhelo no debe ser el hallazgo del tesoro, sino la poética búsqueda, la plenitud del heterónimo. Soy todo lo que me rodea, soy mis libros, mí música, mi palabras, mi mirada en otra mirada, y a la vez no soy nada de eso, soy un cowboy, un negro que toca la guitarra con las manos doloridas, soy un fantasioso en un mundo de jirafas, soy el realista que ama las cosas, soy el aventurero que migra de ciudad, soy el burgués que quiere su hogar, soy el creador, soy el perdedor, el ganador, el amado, el que no tiene eje, el que no está, pero jamás el mentiroso, jamás el hipócrita, jamás el de palabras falsas, jamás porque sencillamente no miente quien hace de la mentira un arte y quien aplica el arte a su vida, no soy el que miente con la risa, soy el que ríe sin carcajadas, soy el que se enreda en palabras y busca la plenitud del instante perpetuo bajo el árbol, sobre la tierra húmeda, esperando la respuesta del árbol más viejo, para recibirla y luego olvidarla y no estar ahí y no ser nadie para ser todos y no morir nunca excepto todos los días.
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