9.8.09

Aviones

En el horizonte, una luz. Desde la habitación del hotel, los aviones me dejan con la tristeza colgada como un cuadro. Pasan los aviones, yo me quedo en el hotel. Me dijeron que era un nombre, cualquiera, pero no sé quién soy, y no saber eso es no saber qué hacer. ¿Debo ir a trabajar, a estudiar, a buscar a mis hijos, a insultar, a descansar? El hotel es tan neutral que podría quedar en el Congo o en París, los empleados cambian el idioma, hablan inglés, italiano, español, rumano. Todos los días bajo al bar y tomo whisky, a veces grapa. Los aviones, afuera, rozando el techo del hotel, hacen un ruido que penetra en mi cuerpo de manera extraña, como la angustia. Me pongo a escribir, para construirme de a poco. Pero enseguida me quedo dormido, en bata, después de bañarme, con las intenciones de algún poema malo en mi cabeza. Me he quedado solo. Esperando que alguien golpee a mi puerta. Pero nadie golpea. El mundo no existe, sólo está mi soledad de hotel. Bajo a tomar algo y tengo la suerte de que hoy se hable en español. El mozo me dice que el hotel queda en Bari, que jamás han cambiado de idioma, que él justamente es español y que los demás sólo conocen el italiano; me dice también que mi estadía está paga, que mi nombre es M..., que no llevo equipaje, que llegué hace una semana y que me desea una placentera visita. ¿Por qué tantos aviones? Mi habitación es tan limpia y blanca que me entristece. No hay errores, excepto por una pequeña mancha de humedad en el techo, una gotita negra en la que me refugio todas las noches. Ayer estuvo nublado, y mirando por la ventana me molestó lo blanco y apagado que era todo: el cielo, las calles vacías y amplias, los pocos autos, la alfombra, mi bata. ¿Adónde voy? La luz titila en el horizonte. No tengo dinero para escaparme, estoy condenado a morir en este limbo, a llorar por dentro, a caerme y levantarme y no notar la diferencia. Pero a la tarde, a la tarde alguien golpeó a mi puerta. Me sobresalté y quedé anonadado durante largos segundos. Pregunté quién era, me contestaron con nuevos golpes. Miré por el visor, y a pesar de no ver a nadie sentí los golpes, fuertes, en mi oído, asaltándome, los golpes en la puerta y el sonido de los aviones que pasan. Dudé. Temí por el sobresalto, por el temor a que la manchita de humedad creciera y se comiera la blancura apagada de la habitación. Sin embargo, abrí la puerta. El pasillo vacío me alivió. Nadie me vino a buscar, nadie sabe quién soy, no tengo dónde ir. Tantos aviones y ningún destino. Cierro la puerta y me acuesto a dormir. Mañana será otro día (pensé), igual a todos, inflado, insulso, y yo seguiré solo, tan sólo como están los moribundos, los niños castigados en el rincón, y los ancianos durante la cena. Hoy me levanté, sin ninguna esperanza, y recordé tu cara. El avión está igual de vacío y limpio.

1 comentario:

calendulajabbar dijo...

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