22.8.09

Me olvidé de los demás

Juré recordar al hombre que nadie conoce, el que se lee sin saber leer en las calles de un pueblito y no conoce el mundo más allá de sus narices, el que es burlado o ignorado por casi todos, el que por nombre lleva un sobrenombre, el personaje que no es persona, la pequeña existencia enorme dentro mi niñez. Pero el tiempo pasó, la vida se complicó sin dar explicaciones, las preguntas aumentaron y las respuestas fueron huecos en el pecho. Me alejé. Me fui avejentando, me fue ganando el cinismo y el duro cemento, me creí el cuento de las cúspides y los subterráneos. Y me olvidé. Tantos años dedicado a conquistar el mundo, a conquistar mi vida, a conquistar un amor, que ya no recuerdo tu cara, amigo, que ya no puedo consolar el llanto en tu risa, porque vos también me has olvidado, y es el peor olvido de todos, no el impulsado por el dolor si no por la dejadez que produce el paso del tiempo. Simplemente nos dejamos de ver. Tantas tardes juntos, tantas veces a mi lado, tantas risas, y nos hemos olvidado. Ahora te veo y ya no te reconozco y no me reconozco. Somos distantes. Me he quedado solo. Dejé mi piel antigua en un ropero enmohecido. Ya no soy quien era. Y vos no sos quien conocí. Conociste otras personas, tomaste otros senderos, bebiste de otras copas, dimos vueltas diferentes. Tanto caminar, amigo, y he vuelto a tu casa, al final de la ruta, he golpeado a tu puerta y nadie ha contestado. Vuelvo como un soldado de la guerra, con la cara demacrada, con hijos que no quieren tener padre, con una mujer que ya tiene otro amante. Vuelvo, como vuelven los ancianos al vaso de leche que su madre les preparaba. Y sin embargo he quebrado el círculo. Vuelvo pero ya no soy. Me olvidé de la promesa que había hecho de niño, me convertí en ególatra y avaro, en un buscador del confort a toda costa, en un peleador de pesos y centavos, en acumulador de problemas y anestesias, y de todo el tiempo que pasamos juntos, caminando a la vuelta de la escuela, o tocando la guitarra y tomando mate, o sentándonos juntos, simplemente, en la plaza, en ese mundo interminable que es la calle principal del pueblo, de todo eso nadie se acuerda, yo no me acuerdo si no fuera por unas cartas, amigo, unas cartas que hoy leí y que me hicieron reír tanto, que me llevaron al pasado de una manera maravillosa, y me devolvieron al presente de una manera impiadosa. Me tuve que alejar, sabés, me tuve que alejar para crecer, me tuve que mudar para salir de mi casa. Durante mucho tiempo te vi a vos y a mis amigos como obstáculos, como ignorantes, como pastito al costado del camino. Avancé, verás: ahora trabajo, ahora me pagan, ahora conozco gente famosa, ahora vivo en una gran ciudad, ahora me visto bien y ya no como pan con manteca y azúcar tostado en la hornalla, no; ahora como lo quiero, cuando quiero, paseo por los teatros, voy al cine, compro libros, me atosigo de cultura, y subo otro escalón para olvidarme de los demás. Esas cartas, sin embargo, esas cartas que leí y esos párrafos de nene contento, inocente, que escribiera otro yo, esas mentiras bellas que son las anécdotas vividas, me hicieron pensar mucho, me hicieron tener ganas de juntarnos todos de nuevo, de no decirnos nada, de saludarnos con un abrazo, de tocar canciones, de putear un rato, de enojarnos, de jodernos, y al mismo tiempo me hizo caer en la cuenta que eso es imposible. El tiempo no vuelve, y aunque volviera nosotros no somos los mismos. Seríamos extraños. Anónimos. Como un árbol que crece y ya no ve el suelo que lo sostiene, me he olvidado de los demás.

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