Como Bela Lugosi, no tengo ningún hogar. Me dirijo hacia un túnel, doblo a la izquierda, me aburro en el tránsito pesado de la autopista. Manejo por manejar. Porque no tengo ningún hogar. Lo más lejos que podré llegar será el lugar en el que estoy ahora, no hay más cerca que esto, no hay ninguna ambición, no hay otro plan. Hasta acá llegó el viaje. Y sin embargo, el automóvil no se detiene. Hago todo lo posible, piso el freno, intento tirarme por la ventana, me quedo dormido, pero siempre acabo en el mismo lugar. Solo. Con un puñado de personas, pero solo. Atado a los recuerdos, divisando el camino que nunca llega, el horizonte que se escapa, el cielo que se encapota. Solo, con mis pies, solo, con mis manos tan de mentira, solo. Con la abundancia de los días que se quedan empantanados. Desde acá, no veo ni siquiera mi capó. El telón cayó como un yunque de agua y se desparramó sobre mi cabeza, dejándome desnudo y viejo, lamentando la soledad, sin saber qué expresar, como una rata angustiada en su laberinto, sin teléfonos sonando, sin ganas de hablar, solo y alienado, extrañando. Tengo tantas cosas para hacer, tanto por delante, que no hago nada. Las opciones me paralizan. Sólo manejo por la ruta. El asfalto áspero que se mueve bajos mis pies es la única realidad. En serio, amigos, amigas, ex novias, ex amigos, familiares, parientes lejanos, compañeros de escuela, compañeros de trabajo, en serio: no hay forma de frenar. Punto aparte.
¿Tendré la suficiente valentía como para tirarme del auto, empezar a caminar campo adentro, sentarme bajo un árbol y entender que la vida es tanto pero tanto más que uno y sus penas, que uno y sus alegrías? Presiento que te debo una disculpa, Laura. Es lo que uno dice cuando no sabe bien qué decir, como yo, ahora. Me espanta sacar lo que tengo que sacar, no quiero verlo, quiero negarme, pero tiene que salir. Va a salir de alguna manera. Curiosamente, creo hoy más que nunca en la risa. Ojalá pueda reconstruir el camino, pero es tan difícil salir de la cárcel en la que nos encerramos, ¿no?. Y a Nico, a Lauro, a Omar, a Matías, a Nico, a Luis, a mamá, papá, hermana, a José, a Mario, a Matías, a Lisandro, a tantos otros, les digo: ¿por qué fingimos tanto? O por lo menos yo lo siento así. Es un misterio qué piensan los demás, cómo ven las cosas, salvo que pinten o escriban. Y ni así, miren. Me gustaría haber dicho muchas cosas que no les dije, y menos mal que no se las dije. En verdad, me gustaría haber sido como yo era realmente. Pero necesito que me quieran, mucho, y siempre sentí que nadie me iba a querer por como soy, así de pequeña es mi autoestima. Entonces me camuflaba. Y me camuflo. Hoy entiendo que soy así, con todos mis defectos, a veces un buen tipo, a veces una basura, a veces gracioso, a veces insoportable. No pienso lastimarme más con toda la idiotez social de la buena educación, de la amabilidad, etc. Pido disculpas en general, sobre todo al que podría haber sido y no fui. La vida es ordinaria, amigos, debemos darle belleza. Debemos, sobre todo, hablarnos. En silencio, hablarnos. En el baño, en un libro, en un gato, hallarnos. Prepararnos para el segundo previo a tirarnos del auto en movimiento. No veo otra salida.
Como Bela Lugosi, con una flor y con una mentira y con un sombrero, entro caminando con una bata en la sala clara. El sol está en la pared, resquebrajando el piso en paz. Alguien me da la mano y me duermo. No hay ningún hogar para mí, excepto el cuerpo. Y el cuerpo siempre se queda solo.
7.9.09
22.8.09
Me olvidé de los demás
Juré recordar al hombre que nadie conoce, el que se lee sin saber leer en las calles de un pueblito y no conoce el mundo más allá de sus narices, el que es burlado o ignorado por casi todos, el que por nombre lleva un sobrenombre, el personaje que no es persona, la pequeña existencia enorme dentro mi niñez. Pero el tiempo pasó, la vida se complicó sin dar explicaciones, las preguntas aumentaron y las respuestas fueron huecos en el pecho. Me alejé. Me fui avejentando, me fue ganando el cinismo y el duro cemento, me creí el cuento de las cúspides y los subterráneos. Y me olvidé. Tantos años dedicado a conquistar el mundo, a conquistar mi vida, a conquistar un amor, que ya no recuerdo tu cara, amigo, que ya no puedo consolar el llanto en tu risa, porque vos también me has olvidado, y es el peor olvido de todos, no el impulsado por el dolor si no por la dejadez que produce el paso del tiempo. Simplemente nos dejamos de ver. Tantas tardes juntos, tantas veces a mi lado, tantas risas, y nos hemos olvidado. Ahora te veo y ya no te reconozco y no me reconozco. Somos distantes. Me he quedado solo. Dejé mi piel antigua en un ropero enmohecido. Ya no soy quien era. Y vos no sos quien conocí. Conociste otras personas, tomaste otros senderos, bebiste de otras copas, dimos vueltas diferentes. Tanto caminar, amigo, y he vuelto a tu casa, al final de la ruta, he golpeado a tu puerta y nadie ha contestado. Vuelvo como un soldado de la guerra, con la cara demacrada, con hijos que no quieren tener padre, con una mujer que ya tiene otro amante. Vuelvo, como vuelven los ancianos al vaso de leche que su madre les preparaba. Y sin embargo he quebrado el círculo. Vuelvo pero ya no soy. Me olvidé de la promesa que había hecho de niño, me convertí en ególatra y avaro, en un buscador del confort a toda costa, en un peleador de pesos y centavos, en acumulador de problemas y anestesias, y de todo el tiempo que pasamos juntos, caminando a la vuelta de la escuela, o tocando la guitarra y tomando mate, o sentándonos juntos, simplemente, en la plaza, en ese mundo interminable que es la calle principal del pueblo, de todo eso nadie se acuerda, yo no me acuerdo si no fuera por unas cartas, amigo, unas cartas que hoy leí y que me hicieron reír tanto, que me llevaron al pasado de una manera maravillosa, y me devolvieron al presente de una manera impiadosa. Me tuve que alejar, sabés, me tuve que alejar para crecer, me tuve que mudar para salir de mi casa. Durante mucho tiempo te vi a vos y a mis amigos como obstáculos, como ignorantes, como pastito al costado del camino. Avancé, verás: ahora trabajo, ahora me pagan, ahora conozco gente famosa, ahora vivo en una gran ciudad, ahora me visto bien y ya no como pan con manteca y azúcar tostado en la hornalla, no; ahora como lo quiero, cuando quiero, paseo por los teatros, voy al cine, compro libros, me atosigo de cultura, y subo otro escalón para olvidarme de los demás. Esas cartas, sin embargo, esas cartas que leí y esos párrafos de nene contento, inocente, que escribiera otro yo, esas mentiras bellas que son las anécdotas vividas, me hicieron pensar mucho, me hicieron tener ganas de juntarnos todos de nuevo, de no decirnos nada, de saludarnos con un abrazo, de tocar canciones, de putear un rato, de enojarnos, de jodernos, y al mismo tiempo me hizo caer en la cuenta que eso es imposible. El tiempo no vuelve, y aunque volviera nosotros no somos los mismos. Seríamos extraños. Anónimos. Como un árbol que crece y ya no ve el suelo que lo sostiene, me he olvidado de los demás.
9.8.09
Aviones
En el horizonte, una luz. Desde la habitación del hotel, los aviones me dejan con la tristeza colgada como un cuadro. Pasan los aviones, yo me quedo en el hotel. Me dijeron que era un nombre, cualquiera, pero no sé quién soy, y no saber eso es no saber qué hacer. ¿Debo ir a trabajar, a estudiar, a buscar a mis hijos, a insultar, a descansar? El hotel es tan neutral que podría quedar en el Congo o en París, los empleados cambian el idioma, hablan inglés, italiano, español, rumano. Todos los días bajo al bar y tomo whisky, a veces grapa. Los aviones, afuera, rozando el techo del hotel, hacen un ruido que penetra en mi cuerpo de manera extraña, como la angustia. Me pongo a escribir, para construirme de a poco. Pero enseguida me quedo dormido, en bata, después de bañarme, con las intenciones de algún poema malo en mi cabeza. Me he quedado solo. Esperando que alguien golpee a mi puerta. Pero nadie golpea. El mundo no existe, sólo está mi soledad de hotel. Bajo a tomar algo y tengo la suerte de que hoy se hable en español. El mozo me dice que el hotel queda en Bari, que jamás han cambiado de idioma, que él justamente es español y que los demás sólo conocen el italiano; me dice también que mi estadía está paga, que mi nombre es M..., que no llevo equipaje, que llegué hace una semana y que me desea una placentera visita. ¿Por qué tantos aviones? Mi habitación es tan limpia y blanca que me entristece. No hay errores, excepto por una pequeña mancha de humedad en el techo, una gotita negra en la que me refugio todas las noches. Ayer estuvo nublado, y mirando por la ventana me molestó lo blanco y apagado que era todo: el cielo, las calles vacías y amplias, los pocos autos, la alfombra, mi bata. ¿Adónde voy? La luz titila en el horizonte. No tengo dinero para escaparme, estoy condenado a morir en este limbo, a llorar por dentro, a caerme y levantarme y no notar la diferencia. Pero a la tarde, a la tarde alguien golpeó a mi puerta. Me sobresalté y quedé anonadado durante largos segundos. Pregunté quién era, me contestaron con nuevos golpes. Miré por el visor, y a pesar de no ver a nadie sentí los golpes, fuertes, en mi oído, asaltándome, los golpes en la puerta y el sonido de los aviones que pasan. Dudé. Temí por el sobresalto, por el temor a que la manchita de humedad creciera y se comiera la blancura apagada de la habitación. Sin embargo, abrí la puerta. El pasillo vacío me alivió. Nadie me vino a buscar, nadie sabe quién soy, no tengo dónde ir. Tantos aviones y ningún destino. Cierro la puerta y me acuesto a dormir. Mañana será otro día (pensé), igual a todos, inflado, insulso, y yo seguiré solo, tan sólo como están los moribundos, los niños castigados en el rincón, y los ancianos durante la cena. Hoy me levanté, sin ninguna esperanza, y recordé tu cara. El avión está igual de vacío y limpio.
17.7.09
Casa natal
Un pinchazo en el dedo y una suma no definen nada. Entre el cuerpo y el intelecto, una montaña enigmática pero nunca siniestra, misteriosa en su luz, simple como un rayo de sol. Atravieso la calle para poder mirarte más de cerca. En el edificio más lejano, dos ancianos esperan la muerte con dulzura. Un taxi pasa lento con un taxista adentro. Ya no estás. La noche cae. Se levanta la luna. Pienso en tantas cosas que me perturba el caos, la carencia de un principio, de un nudo y de un desenlace, la ausencia de drama o de comedia, la simple rutina, el engaño. La avenida está desierta. Se ha dicho muchas veces: el amor es todo lo hay. Tanto se ha dicho que decirlo es como no decir nada, como putear a un referí, como cantarle a un muerto, como... (todo es pegajoso, tan pegajoso, tanto barro, tanta palabra vacía). El amor es todo lo que hay. Linda frase, linda palabra. "Amor". ¿Quién lleva el Amor sobre sus brazos para entregárnoslo, como un bebe caliente y limpio? ¿Quién carga con el peso de lo que nos falta? Es una avenida carente de amor sobre la que estamos parados. Nada está pensado para compartir. Y sin embargo, todo lo que hace es por amor. Nos embarcamos en grandes aventuras épicas para olvidarnos del dolor, entregamos la vida a los cerdos por amor a los hijos, engañamos esposas para poder seguir casados, todo por amor, todo por las buenas intenciones. Nada causa tanto mal como la bondad. La vida es tan aburrida que incluso el amor se torna rutina. Las personas buscan un colectivo, fingen accidentes, se van lejos, se disfrazan de payasos, creen agradarse para empezar nuevamente con la mentira. Ni yo sé lo que digo. Todo es pegajoso. Y quizás esto sea lo más desastroso que escribí en este blog. Pero la necesidad llama, lectores imaginarios. Nada me sale, pero lo intenté, aquí está la prueba. Ya no veo la montaña, ya la avenida se cubre de bruma. ¿A quién engañamos? Todo es un desastre excepto por el Amor. Todos buscamos Amor desesperadamente. Pero el Amor, como un dios caprichoso, nos deja tendidos, sin respuesta, a las puertas de la casa de nuestra amada.
28.5.09
Sueño eterno
La vida se hiere a sí misma dando paso a la muerte. No morimos de pena y oscuridad, morimos de exceso de luz. La vida es un suicida enamorado. Los órganos se acurrucan, el corazón se desespera, la sangre se espesa, y ante tanta exuberancia la muerte cierra el telón dándose por vencida. La muerte sólo triunfa en el miedo, vive allí, en la angustia, en el terror. Cuando la vida triunfa y una persona muere, es el fin de todo, incluso de la muerte. Quien se consume en una enfermedad notará cómo la vida lo entrega todo, cómo hasta las últimas células festejan su tarea. Verás, al final, que la realidad es sólo la mezquina contracara del sueño dulce y eterno.
11.5.09
Un árbol que galopa
¿Cómo puede ser que el caballo sea tan bondadoso? Se brinda al hombre con todo su cuerpo, con su belleza muscular, con su espléndida postura, con su fuerza y su raíz terrenal. Es el caballo el más bello de todos los seres que hay sobre la tierra, y hunde sus patas en el barro, en la piedra, en el cerro, en el pasto hasta hacerse parte de los llanos y los árboles. El caballo sólo pide agua, pasto y un árbol (hay que verlo tan plácido bajo el fresco de una sombra), lo demás no lo pide, sencillamente le pertenece. Así como la ballena es la dueña de los océanos, el caballo marca la tierra con sus huellas, el caballo no hace al camino, el caballo es el camino. Y el hombre, feo animal sin cola ni pezuñas, no sería nada sin él. Jamás podría haber alcanzado las distancias que alcanzó, jamás habría conocido la pampa horizontal, nunca habría trasladado su cuerpo ansioso hasta el horizonte. El caballo se presta, entero, al pobre y al rico. Lo pueden ver señorial llevando sobre sí a un rey, o empujando cansado pero imparable el carro de un pobre; corriendo en algún hipódromo, con su belleza portentosa y conmovedora, o todo deshilachado y flaco, con las costillas al aire y el lomo algo caído, trasportando la basura y los cartones por las calles de la ciudad. A veces me parece que nos tiene una pena enorme, que nos ayuda porque nos sabe inferiores, patéticos, necesitados de creernos amos. Pero el caballo, ese animal que es un árbol andante, un roble surcando las tierras, no es esclavo de nadie, y en todo caso el hombre es esclavo de su bondad y de su fuerza. El caballo es la historia del hombre, no nos ignora como lo hace el búho o la hormiga o el halcón, nos tiene piedad, nos ayuda, nos ama si por amor entendemos la compresión profunda de las cosas, la compenetración en la materia, y así deberíamos amarlo nosotros, dejándonos usar por él, admirando su hermosura y su entrega. Trota y trota, jamás se cansa, lleva carretas, lleva personas, carga con la tristeza. Cuando debe quedarse quieto, sobre el asfalto, sediento y cansado, se queda quieto, y cuando con un golpe sale andando es por puro disimulo de su superioridad, es camino clacketeado sobre el asfalto maldito, es tierra húmeda cerca del río, canción serena del caballo dormido, carrera inútil y feliz más allá del alambrado. Me hace llorar la belleza y la bondad del caballo noble.
13.4.09
Hay una infinita esperanza
Cansado. Harto. Hastiado. De los escritores y sus palabritas inteligentes, de los empresarios y sus trajes y sus corbatas, de los empleados y el sueldo a fin de mes, de los jóvenes y su entusiasmo vacuo, de los filósofos y su intelectualidad de cristal, de los turistas y las máquinas de sacar fotos, los celulares con camarita, de los rockeros y sus tribus, de los códigos y las botellas de cerveza, de las colas en los supermercados, de los empujones en el subterráneo, de los mozos y su corrección, de los precios que suben, de la bolsa que baja, del dólar que cotiza, de los mendigos y su compasión autoinflingida, de los ladrones de dos pesos, de los ladrones que se hacen señores por millones de pesos, de la señora y el miedo, de las amas de casa y su telenovela, de la camisa mal planchada, del taxista puteador, de los votos comprados y a conciencia, de la democracia corrompida, de las dictaduras encubiertas, de la publicidad encubierta, de los combos agrandados, de los combos sin agrandar, del sol que pega sobre el cuerpo bronceado en una plaza cualquiera, de las medidas progresistas, de los fascistas escondidos detrás de la normalidad, del saltimbanqui y sus guitarras, de los semáforos, de las sendas peatonales, de las monedas de diez centavos, de la paz del anochecer, del paseo del perro, del espectáculo en la calle Corrientes, de las parejas bailando tango, de los bares que cierran, de los negocios de ropa que abren, de la camiseta de la Selección, de los anteojos de sol, del chicle abajo de la mesa, de la caminata por Palermo, de la lluvia que nunca llega en una tarde de calor sofocante, de los números de la lotería, de la última noticia, de los políticos y su amor por las migajas del poder, de la honestidad, de la falsedad, de la opinión sobre todo todo todo. ¿Qué hacen los escritores? ¿Cuál es su función? ¿Qué sentido tiene jugar con lenguaje, volcar en unas páginas nuestros saberes? Todo es olvido, todo carece de sentido. La literatura es olvidarse un rato de las miserias del mundo. La literatura es la miseria del mundo. Podrás componer la canción más hermosa del mundo, y hermosa se perderá entre la mugre de las calles. El desgano ha vencido. Todo lo que se hace persigue un sólo interés: el dinero, y el dinero se ahoga en su propia miseria, es un placer que se acaba en el consumo, en un fogonazo de áspero goce. ¿A quién convence el escritor con sus oraciones bien armadas y su sintaxis perfecta, con su claridad de juicio y su inteligencia a prueba de balas y tormentos? ¡No queremos saber la verdad! Queremos mentiras que nos estiren la vida, día a día, vivir el presente, ahogarnos en el futuro incierto. La verdad es una entelequia que ha sido sepultada. ¿Para qué saber la verdad? El mundo no cambiará, y no queremos que cambie. Los poderosos seguirán siendo poderosos, y nosotros tranquilos, acá, los buenos, los dóciles, los tiernos, los familieros, los nenés de mamá, los religiosos, los jueces, asombrándonos durante un segundo y volviendo a la rutina y no esperando más de la vida. No escriban más libros, por favor, no lean más, no se conmuevan. Me produce asco la emoción del público ante una obra de arte. Es la purificación del hipócrita. Brindemos por rutina y más rutina, por toneladas de tranquilizantes, por las drogas más evasivas, por el alcohol, las fiestas, el ruido. No lean más. No aprendan. No luchen. No busquen la grandeza, sólo encontrarán hipocresía, ego, desesperanza. Estoy harto de la vida, dejen que duerma para siempre, que me esconda de todo, que se evapore el mundo exterior, yo sólo existo para mí. ¿Qué me importa la verdad? Todo es falso. Podría morir hoy o mañana. Nada cambiaría. Cientos de personas asesinadas por un demente son un poco de tinta sobre un diario. Nada más. La alegría es un chispazo de hipocresía. La tristeza es un poema mal hecho. La poesía es obra de los idiotas. De los enfermos. La novela más grande de la historia ya no vale nada para nosotros. No quiero pensar. No quiero sentir. Quiero dormir, aunque esté despierto. Quiero sentir la seguridad, el confort, y no hacer nada por lograrlo. El esfuerzo es una plaga, una hinchazón en la piel infectada del hombre. Silencio. Basta de palabras. Dormir. No pensar. No preocuparse. Anestesia. Si la muerte llega, que no nos preocupe. ¿Qué puedo hacer yo frente la muerte? Sólo no preocuparme. No hay otra cosa que tiempo perdido. Quiero consumir y ser consumido. Tomar bebidas caras y no pensar en el trabajo que costó hacerlas. Quiero descansar, incluso cuando no estoy cansado. Quiero quejarme maquinalmente. No leer. No conmoverme. No preguntarme por nada. Aceptar todo como viene. Que sea lo que sea. Que el presente lo cubra todo, como un manto sobre un muerto. Quiero viajar a la playa y volver rápido. Comer rápido. No disfrutar. Engullir. Que las canciones se me peguen y que las olvide en seguida. Que me digan qué escuchar, no quiero elegir. Quiero ser mandado. Quiero ser esclavo. Quiero tener un jefe que me quiera. Quiero portarme bien para él. Quiero ver la ciudad desde arriba de la terraza del edificio más alto y sentirme parte de ella, sentirla eterna, hermosa, sublime. No hay sentido. No hay esfuerzos válidos. Todo está perdido. El desgano me ha ganado el cuerpo. Y sin embargo, hay bastante esperanza, una infinita esperanza. Pero no para nosotros.
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