2.5.08

El mejor precio

Dos cuadras y una nena que pasa de la mano de la abuela y otro nene en triciclo, son dos cuadras, miro el cielo suave y la brisa negra y una señora en el almacén, y son dos cuadras y llego al supermercado Coto. Algo cotidiano, se supone. Sin embargo, no hay experiencia más absurda en la vida de un ser humano. Es un mundo extraño. El guardia petisito en la puerta, flaquito como un escarbadientes, y los carritos, los grandes y los más chicos, casi siempre faltan los más chicos y sobran los grandes, porque la señora o el señor que compran no tienen plata como para llenar un carro grande, entonces el señor Coto le puso un carrito más chiquito, no vaya a ser cosa que se sienta mal el señor o la señora. Para que uno absorba el absurdo de ir a un supermercado, para que uno lo internalice como algo cotidiano o normal, somos entrenados día a día, desde que nacemos hasta que nos hacemos adultos e incluso, luego de un tiempo, encontramos placer en comprar con nuestra plata ganada con el sudor de nuestra frente la comida de todos los días. El queso está caro. Hay mucho queso. Pero está caro. Tengo un papel en mi bolsillo, dice diez pesos y tiene una cara, está impreso, con eso no compro lo suficiente, y empezamos a hacer los cálculos, que si compro ese pedazo de queso luego no puedo comprar aquella tapa de pascualina y la bebida, por lo tanto me conviene no comprar el queso e ir por la pascualina y la bebida, y eso sí, eh, que la bebida no sea tan cara, que sea de esas otras marcas que es igual pero distinta, mire, señora, mire toda la comida, toda la bebida, y usted pensando en su papel impreso a ver qué se lleva y aceptando semejante locura; pero ya ni digo locura, porque dentro de la locura hay siempre un poco de razón, entonces digo absurdo, es la lógica del absurdo: que si no compro esto entonces compro aquello y me voy con las bolsitas en la mano, feliz, a mi casa, a guardarlo para comerlo o para tirarlo si es que sobra, y para de nuevo, otro día, juntar un poco de plata e ir de nuevo, otro día, a comprarle al señor Coto, que tiene toda la comida acumulada, ahí, a dos cuadras de mi casa, y que sin embargo no es mía, no es de la señora ni será del nene del triciclo, es del señor Coto, que la tiene ahí, acumulada, te podés morir de hambre y sin embargo ver carne y más carne, fideos y más fideos, y el flaquito de seguridad de la puerta no es el que nos impide que agarremos algo si tenemos hambre y no tenemos el papel impreso, hay otro guardián mucho más poderoso, invisible, interno, y no es el Hombre Que Está Detrás De La Cortina, o lo es pero solapadamente, porque, pensemos, el flaquito de seguridad no es el señor Coto, no tiene plata, es tan o más pobre que nosotros, y las cajeras cobrando miserias tampoco son las que nos impiden agarrar comida si tenemos hambre y no tenemos papel impreso, no, o lo hacen pero no por voluntad propia, lo hacen alienadas, porque les pagan un sueldo para poder comprar la comida que acumula el señor Coto. ¿Cómo es entonces que todos, el guardia flaquito y las cajeras pobres y los consumidores, aceptamos sin más el absurdo de ir a un supermercado y que la comida se acumule y que tengamos que dar un papel impreso a cambio de un bien básico, indispensable para la supervivencia? Hay que hablar de un sistema monstruoso, hay que hablar de la escuela, de la familia, de los medios, de la represión cultural, es cierto, hay que hablar de todo eso, pero también hay que hablar de nosotros, sin nada arriba de nosotros, de la chica esa que trabaja para la empresa esa que vende ropa explotando inmigrantes y pagándoles dos pesos para después pagarle el sueldo a la chica esa que, orgullosa, bien gente bien, con ese papel impreso que cuesta vidas y cuesta angustia compra la comida y compra la bebida que el señor Coto acumula y que sin embargo, ah no, no le digan ladrón eh, es el señor Coto, no es un pirata, un traficante, pero mirá el estante ese en el supermercado de la vuelta de mi casa, es altísimo el estante, y hay un montón de comida, de fideos y arroz y duraznos en almíbar, y mirá el precio, tantos y tantos papeles impresos, no me alcanza, no los puedo llevar, y se quedan ahí, solos, sin ser comidos por quien los necesita, y yo me voy, con algo de comida, pensando que, bueno, que hoy como, que mañana comeré pero que si no tengo el papel impreso pasado mañana no como, y el señor Coto no me regala la comida, simplemente no me la regala porque no es suya, es mía; ¡ah, claro, ya sé que lo estás pensando, no me digas nada! Está el gobierno, están los políticos, no es culpa del señor Coto, pobre señor Coto que es un empresario honesto seguramente y que es uno más de nosotros y que es un laburante que empezó de abajo y seguro que todos queremos que a la gente le vaya bien en sus negocios, no por eso es ladrón, eh, no, entonces está el gobierno, si no tenés el papel impreso en tu mano no es culpa del empresario, no, es culpa de los políticos que son corruptos, que no hacen su trabajo, que no organizan correctamente la sociedad, pero entonces, pensemos de nuevo, no abracemos sin más el absurdo de ir a Coto y comprar lo que es nuestro, pensemos: si todo lo que hacemos, lo que producimos, lo hace la población más pobre del país o del mundo, es decir los asalariados a los que no les sobra el papel impreso ridículo, si ellos, si nosotros, somos los que producimos, ¿por qué es que después no lo podemos tener? ¿Para qué producimos si no podemos consumir? ¿Hay acaso algo más absurdo? Por la pereza mental, el aburguesamiento de las ideas, como quieran decirle, lo cierto es que semejante estupidez nos resulta normal y sustentable, y aceptamos que el papel impreso domine nuestras vidas cuando es expresión misma de la desigualdad más angustiante. ¿Para qué existe el dinero si todos podemos comprar lo que queramos? ¿No es ese el objetivo de toda “persona de bien”: la igualdad, la felicidad del prójimo? Pero entonces, ¿por qué el dinero? Si los pobres producen lo que después no pueden consumir, ¿por qué el dinero? Si los gobiernos existen para que no haya pobreza, ¿no es acaso la meta la desaparición del dinero, de la acumulación y del señor Coto? Si yo tengo papel impreso en mi bolsillo, es porque alguien no lo tiene; o mejor dicho, si yo tengo papel impreso en mi bolsillo es porque acepto las reglas de juego del señor Coto, y aceptándolas perpetúo un sistema sin futuro, absurdo, vacío, asesino. Si producimos el arroz, producimos el aceite, ¿por qué no repartirlo en lugar de venderlo? ¿Cómo es que nadie se cuestiona algo tan sencillo, tan básico? ¿A quién le estamos comprando qué cosa? El bebé llora y esos pañales, todos juntitos, con el elefante, rojos, y el bebé llora, y ese bebé que llora no parará de llorar nunca aunque luego, todos, llamemos a ese llanto felicidad.

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