17.10.08
El hombre de la bolsa
¿Por qué existe el señor Barriga? Está el Chavo del 8, el niño desclasado y huérfano; está Don Ramón, el obrero empobrecido; está la Chilindrina, la nena caprichosa de clase baja; está doña Florinda, señora de clase media con aires de clase alta; está Quico, el hijo malcriado y egoísta, futuro abogado o médico; está Doña Clotilde, la Bruja del 71, la jubilada testigo de tiempos mejores; está el profesor Jirafales, el señor culto que viene de afuera y trae el romanticismo a la vecindad; y está el señor Barriga, que es el señor que cobra la renta, y que tiene un hijo muy pero muy gordo, haciendo honor al apellido de su padre. Porque el señor Barriga tiene mucha barriga, como su hijo, y tiene mucha barriga porque come mucho, y come mucho porque tiene plata, no como el Chavo, que tiene que sufrir incontables desaventuras para comer una torta de jamón. El señor Barriga, en cambio, tiene mucha plata y puede comer mucho y tener mucha barriga. Su hijo, lo mismo. Don Ramón muchas veces no puede pagarle, y el señor Barriga amenaza con echarlo y dejarlo sin hogar. Don Ramón hace changas y le pagan por su trabajo; cuando no trabaja, no tiene dinero. El señor Barriga, en cambio, no trabaja, es decir no genera producción, sólo recolecta la renta, y por eso también es que tiene tanta barriga. Es un parásito. Simplemente golpea las puertas de los vecinos, y los vecinos le pagan sin chistar, por lo menos los que pueden pagarle y se sienten orgullosos de hacerlo, como la tilinga de doña Florinda. Porque hemos sido educados para aprender esta regla básica: no es robado aquél que se deja robar. Si yo entrego mi dinero, y pienso que hacerlo es un acto de libertad, entonces no es robo, es una obligación y un derecho. Este giro, este idea que está patas para arriba, nos la inculcan desde pequeños, y es casi como el aire que respiramos: no podamos negarla sin ahogarnos. No obstante, lo cierto es que el señor Barriga es un ladrón, un parásito que no sólo es innecesario, si no que es perjudicial. El señor Barriga junta dinero, lo acumula, pero no produce, es un pirata civilizado, roba sin ser llamado ladrón (lo llaman señor y lo respetan). La farsa producida por este quiebre entre la realidad y nuestra idea de las cosas conduce a un conflicto inevitable: el señor Barriga acumula tanto y hace tan poco, empobreciendo a los don Ramón, que ya no sabe qué hacer con su dinero. Más comida no puede meter en su panza. Y además se da cuenta que de poco sirve tener tanto dinero si ese dinero no trabaja para uno. Entonces el señor Barriga invierte, compra (digamos) otros departamentos en otras vecindades y estafa legalmente a otros don Ramón. Pero, oh paradoja, eso le genera más dinero. ¿Qué hacer entonces? Al señor Barriga se le ocurre una idea genial: le presta la plata a don Ramón. Es una idea tan retorcida como la propiedad privada: don Barriga le roba la plata a don Ramón y después se la presta, con intereses. Es decir, le roba dos veces. Y el pobre don Ramón toma el préstamo porque necesita, además de pagar la renta, comprar su comida, pagarle las necesidades a su hija. En fin, necesita sobrevivir. Y el señor Barriga le presta. Pero, oh problema, un día el señor Barriga descubre que estrujó tanto la capacidad de ingreso de don Ramón que éste ya no puede pagarle el préstamo. El señor Barriga entra en pánico. El dinero que prestó a los don Ramón ya no existe. Entonces le aumenta la renta a todos, se vuelve paranoico, no presta más dinero, enloquece, llora, amenaza, patalea, hasta que al fin recibe una noticia tranquilizadora: don Ramón, doña Florinda, el profesor Jirafales, e incluso Quico y el Chavo del ocho le pagarán las deudas que contrajo por prestar el dinero. Y así la vecindad del Chavo volverá a ser feliz, y el señor Barriga podrá cobrar su renta, don Ramón sufrirá los golpes de doña Florinda y los embates amorosos de doña Clotilde. Claro, el pobre don Ramón seguirá pobre, probablemente cada vez más pobre, y el señor Barriga cada vez más rico y más tirano y más gordo. Y el Chavo, bueno, mejor ni pensemos sobre el futuro del Chavo. La pregunta es: ¿por qué todos en la vecindad toleran que un señor gordo les robe? ¿Es porque tiene traje? ¿O es porque el aparato estatal lo avala? Los piratas nos gobiernan. Algún día, y ojalá que ese día no llegue demasiado tarde, el señor Barriga quedará desnudo en su inutilidad y con su parche en el ojo otra vez reluciente.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario