10.10.08

Maestro

Nunca lo conocí personalmente, así que no puedo contar pintorescas anécdotas personales. Al fin y al cabo, ¿qué significa eso de "conocer personalmente" a alguien? Yo a Nicolás Casullo lo conocí, de lejos, pero muy de cerca, como muchos estudiantes de la UBA, en la hermosa Cátedra que tenía (tiene y tendrá). La Cátedra Casullo de Principales Corrientes del Pensamiento Contemporáneo. Chupáte esa mandarina. Nada que ver con nada. Y todo que ver con todo. Si algo aprendí en mi vida, se lo debo en gran parte a Casullo. Él, claro, nunca lo supo, pero creo que lo sospechaba. Sospechaba que en las inmensas clases teóricas, repletas de alumnos que a medida que avanzaba el año dejaban de ir al no ser obligatoria la presencia (la Cátedra era como Casullo, y a Casullo le importaba la verdadera libertad), había un puñado de estudiantes que lo escuchaban por el simple placer de escucharlo, para aprender, no para rendir bien y para que los padres y los tíos los felicitaran, si no porque lo que escuchaban era importante, transcendía el estudio de una carrera, y modificaba sus vidas irremediablemente. Casullo y sus profesores (los igualmente admirables Forster y Kauffman) cuando hablaban de Niestzche, de Marx, de Hegel, de la Modernidad en general, lo hacían con semejante pasión, con semejante lucidez, que uno no podía si no replantearse su modo de ver las cosas y salir de la clase siendo una mejor persona, una persona revelada. Sus clases de filosofía estaban de la mano de la realidad, de lo que nos pasa todos los días, no era un filósofo en su torre de cristal pensando abstracciones bellas. Todo lo contrario. Casullo era todo lo contrario a eso. Un tipo profundamente convencido de que el mundo se podía empezar a cambiar desde el aula de una Universidad. Casullo era más que un catedrático, que un profesor: era un sabio. Casullo llegaba al aula y se sentaba, diminuto, con su aspecto de Geppetto, y colocaba un frasco en la mesa enclenque y lo destapaba: las ideas de los grandes filósofos del siglo XX salían despedidas con todo su poder, con toda su brillantez. A mí me sorprendió que personas tan brillantes fueran mis contemporáneos, que vivieran en la misma ciudad que vivía yo, que respiraran mi aire. Casullo toda su vida fue un rebelde, un verdadero y profundo rebelde, quizás sin proponérselo. Un tipo a contrapelo de la sociedad e incluso de una facultad y de una juventud desinteresada. Casullo hablaba de Heidegger y de la música rock con la misma pasión, y también hablaba de las ciudades, de las terribles y laberínticas ciudades, de la infernal Buenos Aires, como cierta vez dijo (lo recuerdo bien): "estamos atrapados en esta facultad inmensa y fría en una ciudad repleta de gente anónima"; dijo eso y miró el techo altísimo de la inmensa aula. Así era Casullo: te ponía la realidad frente a la nariz, te despertaba del letargo, te sacudía sólo con sus palabras. Para mí, en esa época, era como un superhéroe: un día lo pesqué yéndose en su auto junto a Forster y para mí fue como para mi tía ver a un famoso de la tele saliendo del teatro. Así lo admiraba y así lo admiro, y con la misma devoción sigo y seguiré leyendo su libro "Itinerarios de la Modernidad", que tengo fotocopiado y anillado en mi mesita de luz, a mano por si alguna vez me asalta el fantasma de la duda y la pena. Pido perdón por estas torpes y poco poéticas palabras, que seguramente a nadie dicen nada. Es que Casullo murió ayer, de golpe, de la nada, y yo me sentí un poco más solo en el mundo. Adiós, maestro.

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