No sé, mirá, es tan difícil partirse después que el perro pasó la lengua por la herida y la hizo sanar, después de acariciar el gato arisco y hacerlo ronronear. Pocas cosas hay más tristes que este ir vos para un lado y este ir yo para el otro, y tan inexplicable y tan sencillo como quebrarle una rama a un árbol, tan absurdo como la ardilla que te clava los dientes en la garganta y que desciende hasta el pecho y no te deja salir de tu cuerpo. Qué sé yo, siempre el arrepentimiento, siempre las metidas de pata, y yo soy tan imperfecto, y por qué entonces ese elefante que se instala en mi cabeza y me dice que no, que el pasado está ahí, más vivo que mañana y más muerto que hoy, pero ahí, contra el rincón, mirálo, ¿no podemos hacer algo por él? Tomá el café, que se te enfría, pero no me pongas esa cara, ¿estás apurada? Hace frío. Partamos esta galletita mezquina, si querés, y vos comés un pedazo, el más grande, sí, te dejo el más grande, y yo me como el otro, mirá, eh, ¿por qué no me das la mitad de tu sombrero? Si querés, la parte más chica. Con eso me quedo contento. Como con el hogar, siempre quise volver al hogar, la cosa es que no sé dónde está, y vos me diste el hogar, estaba en ningún lado, estaba con vos, vos eras el hogar, el calor, y yo era la mitad de la galletita, la más pequeña, viviendo dentro tuyo, perdida, siempre compartida. El hogar se fue, ¿qué voy a hacer? Decíme. Si querés cierro los ojos, si querés cruzo la calle, si querés me subo al techo del colectivo y me voy lejos, y sin embargo siempre voy a desear la vuelta al hogar. Está saliendo el sol, pero no te vayas, terminá el café. Los vidrios se empañaron.
9.6.08
El hogar
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