4.6.08

Los días sin él

Mariana llegó de trabajar, tiró la campera sobre el sillón, se sacó los anteojos, se preparó algo para comer y se tiró a dormir la siesta. Como todos los días. Hasta ese día. Luego ya no llegaría de trabajar ni tiraría la campera sobre el sillón. La campera se quedaría allí, cansada, sobre el sillón oscuro y apenas sucio. Mariana se levantó de dormir la siesta, se preparó un té y se quedó mirando por la ventana. Estaba por llover. Pero no llovió. Tomó el té, y el edificio ese de enfrente, tiene algo triste, es imperturbable y triste, hace cuánto que está ahí, solo, a la intemperie, es tan absurdo, tan pobrecito. Mariana tiró el saquito y sacó la basura. En el pasillo se cruzó con la vecina del 1 B. Era rara, nunca salía de la casa. Mariana volvió al departamento, prendió la televisión, pidió comida hecha. La comió. Se acostó. Se despertó. Se volvió a acostar. Nunca más fue a trabajar. Abrió la heladera y pensó en cuánto podría sobrevivir con lo que había allí. Un mes, mínimo. Se tiró en el sillón y esperó. No llovió tampoco ese día. Su tres cactus estaban secos y a uno le asomaba un hijito. Les dio agua y los reacomodó, más cerca de la ventana, sobre la mesa del comedor. En el otro ambiente, arriba de la cama, había un sobre viejo, nunca abierto. El sol empezaba a rajar las nubes. Se preparó algo para comer: milanesas con huevo frito. Hacía mucho que no se cocinaba eso. Estaba contenta. Luego de comer hasta cansarse, se sentó y miró la televisión. Se durmió una hora después. El camino estaba lleno de zorros que la miraban y aparecía José, un compañero de trabajo, que le decía que la quería y a ella le parecía natural, y los zorritos naranjas al lado de José, sé que estoy soñando, sé que mi papá no se murió, no, mi mamá está triste, pero es un sueño, pero por qué esta angustia, es un sueño, José, nunca te conocí demasiado, dónde vas, cuidado José, los zorros, tu papá está muerto, Mariana, y está triste ese hijo que. Se despertó. La pava silbó. Acomodar su ropa, un pulover rosa, con ese perfume, le trajo recuerdos lejanos, casi olvidados. Tuvo ganas de llorar pero no salieron las lágrimas. Decidió limpiar el piso, pero bien, hasta el último rincón. Luego durmió la siesta. Se levantó dispuesta a cocinar algo rico. Una tarta de queso o de carne. Sacó la carne picada del freezer. Fue al baño y se miró en el espejo. Estuvo un rato así, sin pensar en nada, extrañada ante su cara, buscándose defectos y diciéndose que no, que no era tan fea. En vez de tarta se hizo ñoquis. Comió frente al televisor, lavó los platos, se acostó. Y justo antes de despertarse, un mes y medio después, tocaron el portero. Era José. Le pidió subir. Mariana no supo qué decirle. José insistió, le aseguró que era algo urgente, que se iba enseguida pero que tenía que decírselo, que la había llamado por teléfono y no contestaba. Mariana apretó el botón. José subió. Le preguntó por qué no iba a trabajar, que todos estaban preocupados, y que su mamá quería comunicarse con ella y no podía, porque tu mamá no puede moverse, Mariana, y vos lo sabés, y encima imagináte su angustia al no saber nada de su hija y además soportar la muerte de su esposo, tantos años de casados. Mariana no tenía ganas de llorar pero las lágrimas se le escapaban. Quería frenarlas y era para peor. Se sintió en la cima de una montaña fría, sola entre la nada. José la abrazó. Mariana pensó "me quiere" y no pudo y no quiso parar de llorar.

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