31.7.08

Otros mundos

Un mundo mejor no, otro mundo. Y es sencillo, nada utópico, si por utópico pensamos en aquello que se ubica en la región de lo romántico, de lo que está allí como un ideal abstracto, quijotesco. No. Un mundo distinto, que a la vez sea otros mundos, porque todo mundo único, unidireccional, es un mundo de tiranos y alienados; por lo tanto, eso: otros mundos, varios, todos diferentes y ricos, nada de "somos todos iguales", todo de "somos todos distintos". Y para construir esos mundos hacen falta por lo menos estas dos cosas: que el cirujano recolecte la basura y que el basurero se haga poeta; y que la imaginación nos marque el camino de todas las decisiones que tomemos. La imaginación no conoce límites, por eso es épica; lo contrario a la imaginación es la utilidad, lo útil: un edificio estancado en medio de una avenida. Ya lo dijo Oscar Wilde en el prólogo de El Retrato de Dorian Gray: "A un hombre le podemos perdonar que haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente. Todo arte es completamente inútil". Debemos vivir en un mundo que admiremos profundamente. Lo que Wilde nos dice es: sólo podemos construir algo útil, algo que sirva, que sea pensado, creado y ejecutado con un fin concreto, si a cambio no lo admiramos, es decir si nos alienamos de él, si no lo reconocemos ni nos reconocemos en él, si somos fríos ante lo que creamos. Si creamos un mundo inútil viviremos en armonía, porque ya no nos guiará el dinero ni la utilidad económica para fabricar ciudades y muros, computadoras y basureros; nos guiará la belleza, lo volátil, lo ligero, no la pesadez de la moral ni de la economía de mercado. Cuando un hombre está problemas, y pongamos que ese hombre es poderoso y debe solucionar dramas de su población, un presidente por caso, entonces debe recurrir a su gabinete para que lo asesoren. ¿Y de qué se trata esta asesoría? De la bajada a tierra de las soluciones. ¿Y qué se entiende por "bajada a tierra"? De la anulación de toda posibilidad no sólo de ejecutar lo que imaginamos, sino también de negar el ejercicio de la imaginación. A los problemas graves, soluciones concretas, útiles, efectivas. Pero debería ser así: a los problemas graves, soluciones imaginativas; o mejor: la imaginación como solución en sí. Si el hombre poderoso estuviese dispuesto a imaginar y a llevar a cabo esa imaginación (porque de nada sirve ser un soñador eterno y vivir en lo abstracto), entonces sería capaz de crear otros mundos, otros caminos, otras soluciones; pero resulta que no hay nada más peligroso que un hombre poderoso que usa su imaginación. De hecho, es tan peligroso que no existe. Y si existiese sería acusado de subversivo mucho antes de ser poderoso. El requisito para ser poderoso exige la eliminación de la imaginación, sencillamente porque ser poderoso implica acoplarse a lo que ya está. Pongamos otro ejemplo: de niños todos fuimos imaginativos, unos más que otros, es cierto, pero básicamente no teníamos el bloque mental que nos instalan de más grandes. Para el niño no hay límites: puede tener amigos imaginarios, construir ciudades con piedras, hacen que un pedazo de papel sea un barco, y realmente crear ese mundo para él, hacerlo tangible y vivir allí cómodamente. El niño no comprende la realidad como un bloque de cemento inalterable; para él la realidad es maleable, fresca, un espacio para inventar. ¿Qué pasa luego que terminamos aceptando todos una realidad uniforme? ¿Qué pasa que para todos la vaca es una vaca? ¿Qué pasa que ya no tenemos amigos imaginarios? ¿Qué pasa que cuando alguien tiene un amigo imaginario y es grande lo tildamos de loco y lo encerramos? ¿De dónde sale esa represión hacia todo lo que va más allá de lo cotidiano? ¿Desde cuándo creemos que la realidad es una e inalterable? La respuesta está en dos instituciones fundamentales de la sociedad: la familia y la escuela. Tanto la madre como la profesora actúan como represoras de la imaginación desbocada del niño, ¿y para qué? Para educarlos. Por educación se entiende que ya no piensen, o mejor: que piensen pero para un solo lado. Educar es moldear mentes, como se sabe, darles una forma determinada. La escuela educará al niño en lo estricto, en lo formal; pero la familia lo hará en lo cotidiano, le enseñará las maneras de proceder ante la vida, hasta que al fin, ya cansado y temeroso, acepte una manera de ver las cosas y la haga propia, y vea la realidad como una cárcel de la que no se puede salir ("la vida es una cárcel con las puertas abiertas"). Lo dramático de todo esto es que cuando se nos plantean angustias en la vida adulta, como la muerte, no encontramos respuestas más allá de las que se supone debemos encontrar. Y claro, las respuesta siempre son insatisfactorias, porque no son imaginativas, no son propias, nos vienen dadas, ya masticadas, y ni en la escuela ni en la familia nos educan para enfrentar la muerte; o mejor dicho, al negarnos la posibilidad de otros mundos nos niegan la posibilidad de que nosotros, a través de nuestra creatividad, esbocemos no una solución pero sí posibles respuestas o nuevas preguntas para el drama de la muerte, que vayan más allá de los conceptos vacíos que nos inculcan, conceptos generalmente religiosos, y cuando no, conceptos que se relacionan con el "viví hoy y divertíte", que es una forma de decir "no uses tu imaginación, seguí la corriente, aceptá todo exactamente como está". Ocurre también que la imaginación es costosa materialmente. Un ejemplo: hay un arquitecto imaginativo que no quiere hacer el típico edificio en bloque que se hace en todos lados, y se propone crear un edificio en forma de zanahoria. Sí, una locura, ¿para qué? ¿con qué sentido? Claro, el arquitecto pensó que así alegría la ciudad, que le daría otro sentido a su trabajo, que le pondría inutilidad a la vida, es decir belleza, arte; pero no: hacer un edificio con forma de zanahoria es ridículo, ¿y por qué es ridículo? Porque requiere mucho gasto de dinero que se podría ahorrar haciendo un edificio común, sencillo, como todos. Por lo tanto, el dinero crea una realidad que pone a la utilidad en la cima de las prioridades, y tacha todo lo imaginativo como peligroso y resignado al mundo de la cultura. Ahora vemos porqué en la escuela les interesa tanto cortarnos la imaginación desbocada que tenemos de niños. Sin embargo, éste es sólo uno de los requisitos para crear otros mundos. El otro tiene que ver con el trabajo, con los oficios, con los lugares que ocupamos en la sociedad... digámoslo con todas las letras: con la división del trabajo. El poeta, el artista, en este mundo, ocupa un lugar vergonzoso, casi el mismo lugar que ocupan los millonarios, un lugar conseguido mediante la explotación de otros. Claro, ningún artista (esa gente tan sensible y comprometida con la vida) lo va a aceptar, y si lo hace es a regañadientes, pero lo cierto es que dedicarse al arte constituye un lujo, como bien lo señala Roberto Arlt: "orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales". Arlt sentía dolor de tener que trabajar como empleado (lisa y llanamente, ser esclavo) y al mismo tiempo sentir el ardor de la escritura dentro de sí. Y lo sentía porque en este mundo no es dado que un trabajador sea también escritor, así como no es posible que un médico sea plomero a la vez. El plomero nació y morirá plomero, nos dicen. Y nosotros lo aceptamos, claro, porque (¿recuerdan?) no hay otra realidad que ésta, y si la hay es producto de los locos, del mundo de lo abstracto, de los artistas. De allí viene la idea de que el artista tiene la necesidad ética de involucrarse políticamente para crear otros mundos, otros mundos donde el arte no sea resignado a ser una pieza más del engranaje y donde el escritor, el músico, el poeta no vivan una situación de privilegio, y donde todos tengamos la oportunidad de ser escritores, músicos o poetas, por más que tengamos menos o más talento. Al fin y al cabo, lo del talento es algo accesorio: si uno tiene la necesidad de expresarse debe hacerlo, y si esa necesidad es genuina saldrá pues algo genuino y valioso. Como se dice en la película Ratatouille: cualquiera puede cocinar, pero no porque cualquiera tenga el talento, sino porque un buen cocinero puede provenir de cualquier lugar, incluso del lugar más humilde. Todos debemos tener la oprtunidad de expresarnos cotidianamente, no ya para "vivir" de eso, sino por una necesidad básica, como lo es comer y abrigarse en invierno. No obstante, resulta que cada uno tiene su tarea determinada, y todo resulta tan bello y amoroso cuando el niño devenido en adulto es doctor (por lo menos es bello y amoroso para la madre) o cuando el hijito triunfa como músico popular. ¿Pero acaso alguien nace para ser basurero? Es una tarea noble, pero más que noble, necesaria, alguien debe hacerla. ¿Por qué condenamos vidas enteras (y siempre de personas más bien pobres) a realizar esa tarea? Para crear otros mundos debemos eliminar la división del trabajo, borrar la línea que separa al ingeniero del verdulero, y al mozo del poeta. Si esto no se da, podremos vivir en mundo más equitativo o más justo en niveles macroeconómicos, pero jamás seremos felices, porque alguien que es despojado de su imaginación y obligado a ejercer una sola profesión por el resto de su vida no puede desarrollarse plenamente como ser humano. La diferencia es abismal: o vive cada en su mundo que resulta ser el mismo mundo siempre, o vivimos todos en una comunidad donde el plomero nos componga un soneto mientras arregla el termotanque. ¿Les parece ridículo? Los entiendo... es triste es vivir sin imaginación.

1 comentario:

Cassandra Cross dijo...

Conocí tantos poetas que vivían de otra cosa, y tantos escritores que hilaban sus ficciones entre juegos infantiles o reuniones de amigos, o en un simple paseo por la calle... que agradezco me hayas recordado a todos ellos, a medida que leía tu post.