17.7.08
Pensamientos de un detective privado justo antes de acostarse a dormir, mientras mira una calle sucia por su ventana y fuma un cigarrillo
Todavía estoy atónito por lo de Alejandra. Tuve un día entero para pensar sobre el tema, pero lo evité con asombrosa destreza. Y acá estoy, con un dolor de cabeza espantoso, sufriendo el café que me tomé hace media hora, soportando la mugre del piso de mi departamento, y pienso en Alejandra, pobre Alejandra, Alejandra, nunca me cae bien nadie a mí pero Alejandra sí, y es raro, ¿no?, ahora está muerta, muerta como esos sapos que yo aplastaba con un palo cuando era chico, muerta, quieta, desangrada, y se mató de un balazo en la boca y pensar que yo había besado esa boca y ahora no había más boca ni más Alejandra, y a pesar que no la había visto después de ese asunto pero la recordaba, yo no beso a nadie, yo no recuerdo a nadie, pero la recordaba a ella, no siempre, a veces, pero la recordaba y me sentía bien al recordarla, luego seguía adelante, ganándome mis centavos para poder sobrevivir, sin pensar en Alejandra, y a la noche tomaba ginebra y seguía sin pensar en Alejandra, pensaba en todos los asesinos y los hipócritas que había tenido que ver durante el día, y luego decía: “Alejandra, Alejandra”, y me acordaba de ella, de su voz, y seguía pensando en otras cosas y luego no podía dormir por los ruidos de la ciudad, por sus olores, por lo que sea… por lo que sea, la única persona en la que pienso (y pienso y luego sonrío) es Alejandra, una sola vez la había besado y ella dijo “no, no, no podemos” y nunca más la vi, ni la llamé porque detesto los teléfonos ni la busqué porque no quiero porque no puedo porque es mi único recuerdo y ahora está muerta… muerta como… Tengo que terminar con esta vida de mierda, largar la bebida, irme bien lejos, pero dónde, eh, dónde, la ciudad me ha consumido, moldeó mi personalidad, ya no puedo despegarme de ella sin morir, sin dejar atrás a Alejandra, y no puedo hacer eso, no puedo, necesito embarrarme, es inevitable, a veces creo que tengo este trabajo sólo para enamorarme de mujeres muertas o a punto de morir, y luego, a la noche, encender un cigarrillo y autocompadecerme. Ah, caí tan bajo que ya no sé lo que es el cielo. Debería andar por las cloacas de esta ciudad, ése es mi lugar. ¿Adónde voy a ir? ¿Adónde se fue Alejandra? ¿Porqué tuvo que matarse y hacer que mi cinismo se volviera más profundo y doloroso? Ya no sueño. Me recuesto sobre la cama y es un segundo. La cabeza mareada, la mancha de humedad en la esquina del techo, un abrir y cerrar de ojos y ya estoy despierto. Y son las 3 de la mañana. Y no me puedo dormir más. Entonces me levanto y doy vueltas por la habitación, prendo la televisión para no mirarla, fumo hasta reventar, tomo para que el sueño me derrumbe. Pero no lo logro. Me lavo las manos exageradamente, me afeito, pongo la mejor cara que tengo (créanme que lo hago), y bajo las escaleras de este edificio derruido. Trabajo todo el día para nada, absolutamente para nada. Oigo las miserias de la gente como un puto psicólogo. Ya nada me sorprende. Soy duro como el asfalto. Y ahora que se fue Alejandra, así, de un portazo, que me cortó de un cuchillazo los rayos de luz que apenas me alumbraban, no puedo dejar de pensar en sus camisa sucia y sus zapatos viejos, en su pelo negro y su mirada cansada, en sus manos blancas de tanto apretar el farol de la esquina para que funcione. Alejandra, Alejandra, ¿no soy el más cruel de todos al esconder mi amor tras el humo del cigarrillo y al poder mañana levantarme e ir a trabajar como si nada? ¿No debería tal vez agarrar mi arma reglamentaria y asesinar a todos los hombres de esta ciudad, hasta no dejar en pie más que tu recuerdo y mi recuerdo de hombre duro, fundiéndose para siempre en la crueldad de Buenos Aires?
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